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Yo (Me) Acuso -Mi Primera Excomunión-

12/08/2009 00:30 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

Historia en donde Se Cuentan cosas (Cuasi-) ciertas e interesantes, acaesidas en la Muy Noblre e Indigna Cuidad de Méjico, capital de la otrora Nueva España, por el año de Señor que Apetescan Vuestras Nobles Mercedes

Algo que emanaba desde el fondo de mí, que me helaba las manos las misma que sudaban sin parar o lo que me hacia castañetear los pocos dientes que mi faz aun no se atreve a hacerlos sonreír, cual ventana destartalada de una casa nueva.

La explosión interminable que colmaba mi estómago hasta hincharlo con hastío, con la promesa real de hacerlo volar en mil biliosos y cuajados pedazos de vomito viscoso qué, mas que aliviarme de esta confusa sensación, me destrozaría aun más de lo que sentía. Así, como el ave rapaz lo hiciera noche tras noche con el propio vientre prometéico de aquél que sólo quiso dar un poco de entendimiento divino a la humanidad.

Esta sensación que me empalagaba sobre manera, no era otra cosa que un mero reflejo de lo que me esperaría en la eucaristía solemne que los prelados sabían recompensar a todos aquellos que buscan esclarecer las creencias religiosas, para tomarlas cual humanas a mas que divinas. Para que vírgenes y santos -y por qué no decirlo así, ¿del mismo Dios en persona?-, sean más allegados a nosotros, sus hijos selectos; y no terminar de verlos como esas vulgares deidades paganas, capaces de orinar un mero chisguete de agua bendita, o defecar cantidades dilúviales de santos óleos sobre los hombres. O sólo ser parte de esa perfección, siendo no una más de las creaciones sino creador del que, en sí, lo hace para con nosotros.

No habría más que decir al respecto. Me había ganado a pulso, es decir, mi propia celebración religiosa; sin escalas y directo desde el mismo corazón cristiano. Ya que venido de la Santa Sede, del puño y letra de la propia divinidad sobre la impía tierra, quien me otorgaba el arcaico pergamino de su santiguada postura para con mis ideas. Un título no tan noble, pero significativo.

Por ello, tuve la discreción de envestirme con mi mejor traje negro, sin símbolo alguno por considerarlo ofensivo para unos u otros creyentes.

Y con más cirio que un encendedor barato en la gruesa, y una botella de vino sin consagrar (whisky scouth, para mejor seña) en la otra. Sin olvidar, el deber de invitar a los más selectos representantes de la sociedad en dicha materia. Que se cuentan los parias y prostitutas de todos los niveles, abogados y otros profesionistas de la misma talla que éstos. No olvidemos a comerciantes o empresarios de este y del otro lado de la charca, y sin faltar los fanáticos y crueles criminales; que, al igual que yo, , compartían mis propias convicciones al consagrarse en gracias y milagros venidos del Señor y de sus satélites santorales, lo que hoy en día somos todos nosotros.

Pero hoy, todo estaba listo para asistir al gran templo de fe laica, símbolo innegable de omnipresencia y omnosapiencia, que desde el paraíso, ahí ­ ¡muy lejos!, influenciaba a todo el orbe con la calidez de ese amor ciego, tildado también de mudo.

Cual colorido carnaval, emprendimos el solemne peregrinaje por aquella calle recta que conducía a la catedral asignada. De la cual, nos separaba una distancia aproximada de diez cuadras. Sin antes, por supuesto, detenernos en cada antro para departir entre nosotros o saquear una que otra iglesia, o abuzar de los ocupantes de algún convento, que a la vista de nuestro paso se exhibía apetecible dada la ocasión.

Cuatro días después, algunos cuantos que emprendimos la singular procesión, terminamos el interminable y escaso kilómetro qué recorrimos convencidos por la convicción que me embriagaba (además de otras cosas), para poder realizar mi sueño espiritual: recibir el acta vaticana en persona. Y no como se acostumbran desde hacía siglos.

Al ver frente a mí el santuario puro, la emoción no pudo más en mí y separándome visiblemente de los que quedaban como invitados de honor, corrí al encuentro con la doble puerta principal de dicho templo. La cual, al empujarla con todas mis fuerzas no cedió ni un milímetro. Encontrándola cerrada sin solución aparente.

"¡Vade Retros, Satanás!"

Así lo hubiera seguido, de no ser por uno de mis asistentes al ritual -el más zaga de todos-, que al aproximarse a ella jaló hacia sí una de las pesadas maderas con sólo dos de sus dedos. Con suma facilidad abrió distancia de por medio dejándolas entreabierta una con la otra.

Por el hueco de las dos hojas, ambos nos asomamos sin ver otra cosa que una negrura espectral, que poco a poco se fue diluyendo con forme muestra vista se adaptaba a la escasa luz que existía en el interior del recinto. Para poder apreciar al fondo, tres siluetas sentadas en algo parecido a escaños individuales.

Una de esas figuras que prometían ser humanas, gentilmente nos invitó a mí y a mi compañero a esperar a fuera de lugar, al grito de:

­¡Aaah...! ¡Vade retros Satanás!

A esto respondió por la querella la mano de un cuarto personaje que se encontraba detrás de la puerta, con un delicado pase de ésta, nos empujó con fuerza por nuestras caras, al tiempo que nos indicaba con voz plañidera:

” ¡Esperen afuera, herejes del Demonio!”- Y cerró de un portazo sonoro la pesada hoja.

Tres horas, y cinco cajetillas de cigarros después, el portal volvió a abrirse, quedar como al empezar la experiencia. Y... ¿...? ¡...!

¡Y nada...!

Nada pasó. Ni gritos latinos, ni siluetas humano idees, ni centinelas ocultos se asomaron por error por entre ellas. Sólo una mano se abrió paso entre el estrecho umbral del protón, la cual ostentaba el pergamino anhelado. Yo extendí la mía para recibirlo solemnemente, en sino para tomar la inapreciable estafeta divina. Pero la mano de la víspera, lejos quedó de acomedirse ha entregarlo religiosamente -por decirlo así-, se limitó a arrojarlo fuera del lugar, como lo hiciera un niño al jugar con su perro a la vara.

El documento fue a caer dentro de una letrina usada por los feligreses, que apuran el llegar a ella, y que venidos de otros parte, descansan sus detritos muy cerca del templo de su devoción.

Todos, corrimos a -más que rescatar-, a ver como se hundía la foja papal sin salvación posible. Poco a poco, el ambarino folio se fue mezclando en la materia en cuestión, mientras que a nuestras espaldas y sin prestar atención alguna, la puerta se cerró nuevamente, dando la impresión de haber quedado en dicho trance para siempre.

Al tanto, con forme se sumergía el santo papel en la no tanta así masa pestilente, el lacre que contenía el sello ecuménico se confundió con ésta, soltándose de su sitio, haciendo que el rollo de papel se desdoblara sumisamente; para, antes desaparecer en la turbia sustancia. Aun, se alcanzara a divisar la leyenda: "EX-COMUNIUM IN VITAE".

Mi Primera Excomunión, no era lo pensé desde que me la anunciaron. Pero esto fue mejor. Alguien a mi espalda, calificó el echo con un "Lo del agua al agua".

Después de hundiese, algunas burbujas salieron en claros borbotones sobre la lingosa superficie, sin dejar otro signo de haber exhalar su último aliento.

Azcapotzalco, D.F.

24 y 25 - VII - 2007.


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Américo Valadez (59 noticias)
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