La carretera serpentea alegremente por entre las montañas. Es estrecha y llena de curvas. A veces se abre a un paisaje espectacular como un valle frondoso de color verde esmeralda. Otras veces es cerrada y baja a lo más profundo de una tierra húmeda verde y oscura.

Circulando por ella tienes la sensación de estar perdiéndote, de estar llegando a lo más profundo y a lo más remoto de la tierra. El navegador indica que quedan 10 km desde hace mucho tiempo, porque cada kilómetro es una eternidad de curvas cerradas y estrechas. Hay que circular con cuidado y despacio para no salirse del camino, pero también para poder observar ese mundo mágico en el que te estás adentrando.

Las fervenzas de frías y oscuras aguas son una estampa de identidad de la zona. Son parte del recorrido y de la magia del bosque gallego

Casi sin esperarlo, llegas. Hay un cartel que reza Vieiros. Parece una alucinación. No te crees haber llegado, porque sólo se ve eso, el carte, el nombre. No se ven casas, no se ve gente, sólo ves como la estrecha carretera se hunde en lo más profundo del bosque. Hay que bajar y bajas. Y entonces el pueblo se abre ante tus ojos. Aparecen tejados amontonados, fachadas de piedra con negra pizarra, ventanas de madera…un mundo rural en el corazón de la Sierra del Caurel.

Las montañas que lo rodean están surcadas de caminos y rutas con castaños, acebos, robles y abedules. En silencio, los restos de la presencia romana esperan ser redescubiertos, puentes, acueductos, minas abandonadas... Las fervenzas de frías y oscuras aguas son una estampa de identidad de la zona. Son parte del recorrido y de la magia del bosque gallego. La gastronomía culmina la visita: empanadas, castañas y miel. Bienvenidos a la Sierra del Caurel.

En silencio, los restos de la presencia romana esperan ser redescubiertos, puentes, acueductos, minas abandonadas..