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Cuando de controlar a la gente se trata, el miedo es el indicado para encerrarlos en su razón. El miedo a Dios es el arma principal para mantener el status quo. Les hacen creer que el hombre no tiene el poder para crear y transformar
El suelo se partia en dos, la tiera crujìa y le dolìa. En lo profundo de la cicatriz, una bola de fuego intenso ardía en el corazón de la primera madre, y en cada centimetro que la herida se abría, llamaradas se lanzaban por los aires, incontrolables. Y el humo que emanaban eran como espiritus que emergían de las tinieblas, de lo desconocido, y se perdían en la noche.
Un cazador, hace 200.000 años, presenciaba un terremoto. Asustado, corrio hasta sus hermanos a alertarles y a contarles lo inexplicable, claro, para ese entonces, no entendian porque su madre se partía y sufría, y mucho menos que era esa enorme masa incontrolable de rojos y amarillos que se comía todo a su paso, y tampoco encontraban como explicar el humo producido de la combustión.
Los hermanos, almas en miedo, le contaron la historia a sus hijos, y comieron miedo. Y ellos, a sus hijos que se asustaron también. Y así, de boca en boca, de hijo en hijo, la historia de miedo fue creciendo.
Luego, los viejos sabios convertidos en sacerdotes, hijos de los hijos de los hijos, se encargaron de transmitirles la historia a los demas miembros de las comunidades, le encontraron significados al crujir de la tierra, al fuego y al humo, pero sin explicaciones todavía. Eso sí, con un lenguaje mucho más rico y poético. Y toda la comunidad, comío miedo, de almuerzo y de cena.
Más adelante en el tiempo, llegaron los santos, las virgenes, los profetas y la Iglesia Católica. Y lo bautizaron Infierno.
Ahora le encontramos explicación a todos estos fenómenos de la naturaleza. Pero el miedo sigue clavando un puñal en la espina dorsal de los seres que dicen ser humanos. No es miedo al fuego, es pánico, a la explicación.