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Están al orden del día. Los timos afloran cada vez más variados y se van convirtiendo porco a poco en un reclamo de la avaricia
Comento a mi amigo la noticia del periódico. Comienzo por releerle el encabezamiento a modo de advertencia, “El timo del collar cuántico”. De inmediato, la palabra-cepo “timo” pica la curiosidad de mi amigo y yo rasco leyendo. Se trata, resumiendo, de un colgante que se ha vendido como perlas, gracias, sobre todo, a sus efectos curativos. Y no lo dicen por decir. Según sus palabras, el colgante ha sido “probado científicamente y usado por médicos destacados”. Tan destacados que no pueden dar sus nombres, seguro que por motivos científicos. Tampoco hablan nada acerca del tipo de pruebas que han hecho. No hace falta. Se sobreentiende que iban apurados de tiempo y decidieron basarse en un famoso experimento culinario que ha sido transmitido de generación en generación, conocido como experimento PTM (Pruébalo tú mismo). Al parecer, el producto es tan eficaz, que sería injusto privar al lector de algunas declaraciones de usuarios que “manifiestan haber experimentado más energía y enfoque mental, tranquilidad, mejor sueño, un aumento en el rendimiento deportivo y también protección contra los efectos de las frecuencias electromagnéticas generadas por teléfonos móviles y motores». Su beneficio más inmediato parece ser un aumento de la fuerza, la flexibilidad y la resistencia. Es más, tengo entendido que las autoridades sanitarias ya han tomado cartas en el asunto y, en junta extraordinaria, se han visto en la necesidad de dar una respuesta coherente ante las nuevas tecnologías, viéndose obligadas a sustituir las ya clásicas e ineficaces sesiones en los servicios de rehabilitación por una serie de ejercicios estático-pasivos y completamente controlados, consistentes en ponerse y quitarse el susodicho collar cuántico hasta que el enfermo sane o el collar se oxide.
No cabe la menor duda, el timo se convierte cada vez más en un reclamo de la avaricia. No son de extrañar entonces casos que rozan la subnormalidad. Los hay quienes falsifican dinero, como hicieron dos hombres en Tenerife a mediados de año, imprimiendo de manera artesanal (es decir, mediante impresora canon de las baratas) tanto billetes de 100 como de 3 y 8 euros, al parecer sus números de la suerte; otros, en cambio, intentan vender sofisticados artefactos que te falsifican billetes de 500 euros; aunque los clásicos nunca fallan: la estampita, el tocomocho, los trileros, el billete de lotería, el inspector del gas, la factura de teléfono, los impuestos, la comida vegetariana, la dieta del cucurucho, la hipoteca, la hostia bien dada, los exámenes de septiembre, la sonrisa del jefe, los discursos con promesas, la justicia, la inmunidad de los mares, el día de los inocentes, la resurrección y los euros a cincuenta céntimos.
De seguido va y me cuenta mi amigo que a él le pasó algo parecido, lo del timo, claro. Y eso que era él quien vendía. Una Suzuki SGX. Puso el anuncio y enseguida alguien se interesó. Todo perfecto, pero antes de venir a verla, quería comprobar el interesado que todo estaba en regla, así que mi amigo no puso reparo y le envió una copia de la documentación de la moto y del DNI, para comprobar que era suya. Hasta aquí todo correcto… ¡Pues no! El timo ya estaba hecho. El otro tan sólo tuvo que copiar el anuncio y crearse un correo electrónico a su nombre. Luego publicó los anuncios de la moto con sus fotos, les puso 3000 euros menos y un número de teléfono que, cómo no, comunicaba o estaba fuera de cobertura, de esta forma la única forma de contacto era vía e-mail. En conclusión, sólo le quedaba contestar a los interesados diciendo que se encontraba en otro país y que vendría en cuando hubiese algo fijo, es decir, que le hicieran llegar algún giro...
Como le fue imposible encontrar una oferta justa, a mi amigo no le quedó otra. La empotró contra un árbol y le dijo al seguro que se la habían robado.