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Miles de peruanos sobreviven en populosos barrios y cerros arenosos de Lima en viviendas precarias, carentes de los servicios básicos, lo que constituye una "bomba de tiempo" de tipo social para el gobierno del presidente Alan García. En las orillas del río Rimac, que cruza Lima y las zonas populosas de San Juan de Lurigancho, el barrio El Planeta, Lomo de Corvina, Villa El Salvador, Independencia, Zárate, entre otros, millares de casas de adobe y caña o de plásticos conforman el paisaje. "No hay condiciones para una buena vida. Vivimos aquí porque no nos queda de otra y pagamos demasiado por el agua que nos traen los camiones (carros-cisterna)", dijo a Notimex la pobladora Ruth Meza Flores, una mujer de rasgos andinos. La mujer señaló que hay días en que tienen que esperar muchas horas para que los camiones les lleven agua en la periferia de Lurigancho, donde muchas personas pobres gastan hasta 50 dólares para obtener el vital líquido, que es depositado en tambos. Estos empobrecidos peruanos convergen cerca al centro de Lima, hasta donde llegan para abastecerse de alimentos en el mercado de La Parada o en Mesa Redonda, donde adquieren productos para revender. Integrantes de una economía informal, los vendedores ambulantes atiborran los fines de semana las pollerías, cantinas o bares periféricos de la capital, donde gastan sus pocos ingresos en alcohol. "Es una forma de escape a las intensas jornadas de trabajo", se justificó Juan Narro, un mecánico del distrito de La Victoria mientras toma un vaso de cerveza luego de componerle la dirección a un automóvil. Señaló que si bien es cierto que ganan algo de dinero, también tienen necesidades personales, "como divertirnos un poco. Nosotros no tenemos acceso a los grandes centros comerciales porque los ingresos no nos pueden llevar a comprar cosas de buena calidad". La afirmación de Narro puede comprobarse fácilmente en la zona de Barrios Altos, en el pleno corazón de la ciudad, donde muchas personas viven el "día a día" en medio de malolientes calles, plagadas de delincuentes, prostitutas y basura. "Este panorama es casi normal", señaló un médico del Instituto de Ciencia Neurológicas que señaló que el deterioro social en algunas partes de la ciudad es tal que incluso varios galenos pagan "cupos" (cuotas) a los delincuentes para que no los asalten. En tortuosos callejones de casas desvencijadas, de donde emana el olor al crack de la pasta básica de cocaína o la marihuana, la vida transcurre "normal" los domingos, ya que los delincuentes se ponen sus mejores galas y van a escuchar música. Pero pasadas las 12:00 horas locales (17:00 GMT), Barrios Altos se transforma y pequeños grupos de hombres se arremolinan en torno a botellas o cajas de cerveza y asaltan a transeúntes a quienes "cogotean" (toman por el cuello) y les quitan sus pertenencias. En parte de la avenida Ancash o en el Jirón Huanta, caminar después del mediodía es arriesgarse a ser asaltado, ya que los delincuentes salen de viejas casonas para arrebatar bolsos y carteras, tras lo cual salen huyendo protegidos por mujeres o vecinos. Jorge Rodrigo, un vendedor de caldo de gallina, aclaró sin embargo que la pobreza no es sinónimo de delincuencia, como quieren hacer creer a causa de la actuación de "algunos desadaptados sociales". "Lo que pasa es que muchos creen que la pobreza es delincuencia, pero eso es parte del pensamiento de algunos desadaptados (sociales). Otros que estamos en la pobreza, así vivamos en casas que se nos caen a pedazos, trabajamos para salir adelante", aseguró.