En Gonzalo Suárez el cine se impregna de literatura y la literatura de cine. Se fusionan, se funden e, incluso, se confunden.

He seleccionado un par de relatos cortos extraidos de "El asesino triste" (1994). Dos reflexiones sobre la vida y sobre la muerte. Dos ejemplos de cómo con pocas líneas se puede decir mucho.

La piel de plátano

Resbaló. Pisó una piel de plátano, al parecer. Y, en el vértigo de la caída, se deslizó, de sábado a sábado, sin poderse retener, cumpliendo de pasada con necesidades y obligaciones, incluso con superfluas relaciones enojosas, cordiales o afectivas, que aderezaban su ininterrumpida caída. Juegos, risas y algún llanto, recados, impresos y llamadas telefónicas, lugar para el hastío y el desencanto, fugaces alegrías, mientras caía. Y, por fin, el batacazo. no por esperado menos sorprendente. Y tuvo conciencia, de repente, de ya no ser, sin haber sido. Sólo su nombre, sobre la lápida grabado, dejó constancia para otros de que, habiendo muerto, había nacido.

Pertenencias

Esta luz que todo lo impregna, donde los cuerpos cobran lugar, pone más en evidencia la desolación y la alegría de vivir. Al unísono. En desconcertada armonía, Mientras el café, sobre la mesa, se enfría y la lluvia incipiente perdigonea el cristal. Me he esmerado en llegar a la hora prevista a la cita imprevista, y la persona no está. No me extraña. Hace tres días que murió. Pero la voz al teléfono era su voz. Por eso estoy aquí, esperando desesperanzado una señal del cielo que confiera crédito a mi incredulidad. Dios es distraído, y torpes sus funcionarios. Los asuntos personales se le traspapelan con frecuencia. Además, todo hay que decirlo, la voz grabada días antes en el contestador puede que ya no sea la de mi amigo. Al morir, perdemos las pertenencias. Sólo la cita concertada en el café, a aquella hora de la mañana, sigue siendo su cita. Y su ausencia es la herencia que me ha sido asignada.