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Raffaella... mi fantasía

04/04/2010 20:00 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

En lo personal mi experiencia más cándida. A la edad de los cinco, seis años, todo hacían pensar que las piernas de la mujer empezaban en el ruedo de sus vestidos. Vaya inocencia!!!

La parte difícil es la de convencer a los presuntos lectores “jóvenes casi niños” del día de hoy, que la realidad nuestra, cuando éramos nosotros los “jóvenes casi niños” hoy adultos cuarentones, cincuentones, sesentones… setentones, era tan distinta a la de ellos.

Especialmente en lo que hace al sexo, a la mujer y las cosas de la vida misma.

Podrá ser difícil que entiendan que si bien hoy en día los chicos saben casi todo a muy temprana edad y se dan cuenta fácilmente de todo lo que falta?.

Mientras que, los “jóvenes casi niños” de ahora, van a pasear en bicicleta con su “aminovia” alrededor de la plaza, es muy posible que aprovechen alguna oportunidad para robarle un besito.

Algo, por lo común, impensado en nuestro tiempo.

Aunque por allí, es ella la que “aprieta” a su “aminovio”.

A nosotros, los más “antiguos”, nos costaba entender que la mujer también eructaba.

Que la mujer también se tiraba pedos.

Que la mujer también iba de cuerpo.

Que la mujer también transpiraba y su transpiración despedía un desagradable olor.

Pensábamos que esas funciones fisiológicas eran propiedad exclusiva de los hombres.

La mujer era la delicada, la tierna, la fina.

Liberada de esas actividades incómodas que eran llevada a cabo, únicamente por los miembros del “sexo fuerte”. Éramos idealistas.

El descubrir que ella también las hacía, nos llenaba de frustraciones y de desilusión.

La inocencia, la ingenuidad que teníamos en ese tiempo nos imposibilitaba detenernos a siquiera a pensar y a analizar esos detalles.

No nos preocupaba saber cual era la real realidad.

Ni sabíamos que era mejor que conociéramos esa realidad.

La mayoría de los “jóvenes casi niños” de hoy, no temen a casi nada.

Los de antes no podíamos ser groseros, no queríamos ser maleducados, no tolerábamos quedar mal.

Nuestros mayores nos controlaban y nos dominaban con solo dos frases… “eso es un pecado!”… “Dios te va a castigar!”.

No, no creo que los chicos de hoy entiendan estas cosas y está en nosotros, los que elaboramos esta obra y otras con la misma temática, convencerlos de que antes era así nomás.

Ser creíbles no será sencillo. Será una faena difícil.

Yo y usted que tiene mi misma edad o casi, sabemos que no estoy mintiendo.

La tarea fácil es todo lo otro, recopilar distintas historias que todos, sin excepción, tuvimos la oportunidad de vivir. Elegir cual de los testimonios analizar.

Hablar con unos y con otros tratando de conseguir experiencias atrayentes sobre esos interesantes puntos: el sexo, la mujer, y las cosas de la vida misma, desde el punto de vista, desde la experiencia de vida, de un “joven casi niño” o bien de un “niño casi joven”.Hace tanto tiempo sucedió, yo era casi un niño comenzando a entrar en la adolescencia, una adolescencia que dejaría sus marcas en mí y que todavía la recuerdo como algo íntegro, lleno de cosas nuevas que recién conocía y estaba comenzando a comprender.

Esa fue mi tan apreciada mocedad y, por supuesto, siempre a la espera y bajo la presión sicológica que significaban el colegio y la proximidad del servicio militar, en su tiempo obligatoria conscripción en la que cada uno de los futuros ciudadanos iba a aprender los fundamentos de una intachable ciudadanía y la tan necesaria preparación en pos de la defensa de nuestro territorio nacional.

(En un próximo relato hablaré extensamente de mis experiencias en el servicio de conscripción).

Pero allí es donde todo esto comienza, con el principio de la adolescencia, 13, 14 años… en tiempos en que todos los hombres, el sexo masculino en pleno en casi todo el mundo se moría de amor por una joven y hermosísima mujer que hacía las delicias de todos, desde algún escenario importante de los que existen alrededor del planeta.

Con ese largo y atrayente cabello casi blanco brillante que exhibía, sus ojos grandes y cautivadores que poseía y que aún posee, esa ropa blanca extraordinaria que tan bien hacía juego con un cuerpo escultural y muy bien formado, tentador, delicioso.

Esa mujer que nos seducía con sus picaras y vivaces canciones se llamaba… Rafaella Carrá. Todos los hombres del mundo estaban enamorados de ella. Entre ellos, yo, lógicamente.

Fue en ese preciso tiempo que sucedió esta extraña historia que voy a relatar.

De repente, sin saber como llegué allí, me encontré en un incómodo y poco presentable camarote de una vetusta embarcación de transporte de pasajeros.

Ese pequeño aposento, recuerdo que tenía como todo mobiliario, una mediana mesa de madera, una silla, también de madera, algunos cuadros colgados en las paredes del lugar.

Paredes que estaban totalmente recubiertas de brillante madera, incluyendo el techo y el piso. Todavía lo recuerdo muy bien.

También tenía un pequeño baño y lugar de aseo justo enfrente mío, sobre el lado izquierdo.

Era difícil dormir por la noche, sabemos lo complicado que es descansar en un barco, especialmente en uno tan rústico e inseguro como el que me llevaba, no sabía adonde ni tampoco desde donde.

Sobre mi litera había otra en forma de “cama superpuesta”, en ese camastro no viajaba nadie solo que era algo incómodo para mi cuando tenía que levantarme y por lo general, mi cabeza daba contra ella.

Quién me metió allí?... por que?... como?... nunca lo supe, nunca lo sabré, nunca lo entendí…

Sin imaginarme que hacer para salir de esa incómoda situación que para nada me gustaba… y que yo no había buscado ni había aceptado.

Entendí que todo fue casi como orquestado… como por obligación… como producto de algún mandato perentorio o de un castigo por algún delito ciertamente grave.

Otra de las cosas que no sabía era si en el resto del barco viajaban más pasajeros… ni quienes eran…

Era todo tan extraño… inimaginable por quién no lo haya vivido como yo lo viví…

La cuestión es que era de noche, yo estaba tirado en la litera tratando de conciliar el sueño. Bien arropado por el frío.

El barco se movía de tal manera, que parecía un potro salvaje.

Sentía que iba a irse a pique en la siguiente cabriola y para completarla había comenzado a abatirse una tormenta que aparentemente era insignificante pero igual me asustaba.

Los cuadros se movían, los cubiertos tintineaban, las luces titilaban, la puerta del aposento sonaba de una forma siniestra… de la cubierta, provenían unos extraños zumbidos, silbidos, chasquidos, producto del rose del agitado viento en las cuerdas, los alambres, las chimeneas, las lonas que por distintos motivos, la nave poseía allí arriba. Todo sonaba muy lúgubre!!!.

Pero yo no me atemoriza, sabía que todo se debía al movimiento del barco y lo ocasionaba una molesta y ínfima tormenta, en alta mar.

Tal vez esa tranquilidad que automáticamente mis pensamientos provocaban en mi espíritu, haya sido suficiente para lograr conciliar el sueño y dormirme profundamente.

Tal vez transcurrieron un par de horas desde que me dormí hasta que desperté inquieto y alarmado… me di cuenta que la tormenta había crecido en violencia.

El agua de las grandes olas golpeaban contra el vidrio del “ojo de buey” que estaba sobre mi cabeza, el barco se movía mucho más furiosamente.

Se escuchaba un feroz zumbido del fantástico viento que pegaba en el exterior de la nave.

Terminantemente, la insignificante tormenta se había convertido en una terrible tempestad.

Me fui llenando de miedos, de allí pasé al terror y luego al pánico total.

Mi corazón latía a mil revoluciones por segundo y ya me veía en el fondo del mar.

Recuerdo que me acurruqué en mi litera, adopté una posición fetal entre mis blancas sábanas y solo… esperé el final…

Estaba hundido en mis tétricos pensamientos cuando escuché que golpeaban suavemente la puerta del camarote… me sobresalté, volví a la realidad, me incorporé en la litera, (como siempre mi cabeza dio en la litera superior).

Puse mis pies en el frío piso y acudí a atender a quién golpeaba mi puerta.

Quité la traba, la abrí y allí me llevé la gran sorpresa de mi vida… sorpresa de esas que nunca van a volver a suceder.

Delante de mí, con una mueca de profunda angustia en su rostro, con tanto temor que me causaba pena, con sus bellísimos ojos llenos de lágrimas, miedo y zozobra.

Su cuerpo cubierto por un encantador “salto de cama” blanco, su rubísimo y desalineado cabello… estaba frente a mi, ni más ni menos que:… ¡¡¡Rafaella Carrá!!!

Casi llorando y con una voz apenas audible me susurró: “… tengo mucho miedo, dejame estar aquí con vos…”.

Era mi sueño cumplido?... a cuantos, Rafaella Carrá, les pidió que la dejen estar con ellos?... no había duda, a pesar de todo, era yo un tipo afortunado…

Sin decir palabra me corrí del lugar y dejé que entrara en mi camarote. Sin decir palabra le ofrecí mi litera para que descansara.

Sin decir palabra, al notar su temblor y su miedo y a forma de consuelo, me recosté con ella en forma de “cucharita” y la abracé hasta que se fue tranquilizando.

Sin decir palabras me fui embriagando con el perfume de su pelo y el aroma de su piel.

Sin decir palabras deseé besarla, era la primera vez que iba a besar a una mujer. Y nada menos que a Rafaella Carrá.

Sentiría el calor y la tersura de sus labios.

Todo estaba perfectamente colocado en mis pensamientos… Y también perfectamente, creo, en los pensamientos de ella.

Me estaba olvidando de la tempestad, estaba a punto de besarla cuando… ¡PAC!... claro, con tanto movimiento, algo que se precipitó desde la litera superior, me dio de lleno en la cabeza y fue al piso.

Miré sorprendido, era una pequeña caja de zapatos a la que no di demasiada importancia.

De nuevo sin decir palabra, volví a lo que intentaba, teniendo a mi lado a semejante mujer.

Mis manos se movían suavemente buscando los lugares más recónditos de su cuerpo, sin ninguna resistencia de parte suya, tal vez sin otro interés de parte de ella que no sea el de agradecimiento por toda la gentileza y la atención que le ofrecía un casi niño.

Pero, parece que para eso no era mi día (bah!... no era mi noche!).

Estaba a punto de lograrlo nuevamente, cuando… ¡crashhhhhhhhh!... las violentas olas marinas lograron romper el vidrio del “ojo de buey” y un buen chorro de agua cayó sobre mi cara…

No lo podía creer… me incorporé rápidamente intentando no mojarme más y no dejar que Rafaella, se empapara.

… Fue entonces, cuando… ¡plop!... pude ver de pié a mi lado, a mi padre que con una severa mirada, me observaba enojado, diciéndome:

“… vamos, chico… levántate que se te hace tarde para ir a la escuela… te moví la cama, te tiré una caja por la cabeza, un vaso de agua a la cara y no te pude despertar… ¡vamos… levántate, tremendo dormilón, ¡rápido!...”.


Sobre esta noticia

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Ingeles (10 noticias)
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Suceso
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