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Mezclar burocracia y política es lo menos aconsejable para la buena administración pública, pero el empeño colonizador de los partidos, hace que la mejoría de nuestra gobernanza y la despolitización de la función pública siga siendo una asignatura pendiente
Las diferencias ideológicas son la plasmación política de las desiguales conductas que la sociedad mantiene ante las injusticias, pero aun cuando las personas encasilladas en la izquierda se arrogan mayor sensibilidad ante las desigualdades, lo cierto es que cada vez resulta más notoria la falta de integridad del denominado “séquito progresista”, y por tanto más cuestionable si cabe el sentimiento de superioridad moral que se otorgan,
Decir al respeto que son muchos los políticos que tras subirse al tren institucional se olvidan que ser de izquierdas implica hacer historia para transformar al país en aras a fortalecer el conjunto de la sociedad; y eso ocurre porque han desertado de participar vocacionalmente en la cosa pública para convertirse en profesionales del ramo, para así hacer de la política su medio de vida, y cuando esto ocurre el factor de dependencia económica hace que el cargo político pase a ejercer de burócrata;
Y en tal circunstancia la batalla de ideas que caracteriza la acción política de la izquierda sucumbe ante la inercia material que presenta la salida profesional y laboral de los liberados políticos, cuya atomización institucional por merma de cuadros supondrá un retroceso para el “progresismo “que se verá agravado con la pérdida de la mayoría de las mejoras sociales conquistadas en los años previos, y por tanto de una descapitalización electoral sin precedentes.
De los contraproducentes efectos del actual proceso de burocratización política surge una nueva élite dominadora de la escena pública y con ello un mayor empobrecimiento de la calidad democrática, que produce una desconexión creciente entre esa cúpula y los ciudadanos a los que teóricamente representan, y la principal de las causas de ese divorcio entre la sociedad civil y la sociedad política es sin duda la profesionalización de la vida pública. porque ello capacita a las formaciones partidistas para instaurar un nepotismo colectivizado que les faculta a proporcionar estatus e ingresos a sus miembros y simpatizantes.
Como en cualquier otra esfera de actividad los políticos dedicados profesionalmente a la cosa pública tienen como principal objetivo progresar y perpetuarse en el cargo en el contexto de un entorno de inestabilidad, pues son los aparatos de los partidos. los que fijan quién se beneficia de las victorias y quién subsiste en la derrota, lo que viene a indicar que su futuro no es el votante quien lo determina sino su propia organización política, situación que acaba estableciendo un distanciamiento entre representantes y representados y hace que el diálogo entre el político y la ciudadanía sea cada vez más difícil, porque sus idiomas e intereses son diametralmente opuestos.
Las formaciones transversales contra la casta, han incurrido en los vicios de la clase política que venían a erradicar
Lo realmente paradójico en este esquema es que los dirigentes del entramado son a su vez políticos devaluados cuyo comportamiento no difiere en nada al de aquellos que teóricamente venían a combatir, causando con ello un creciente deterioro institucional.
Mayoritariamente la irrupción de los partidos emergentes se interpretó en sentido positivo, como un resuello de aire fresco capaz de oxigenar el sistema en un momento de nula confianza en el bipartidismo; y fue entonces cuando prometieron regeneración, más democratización interna de los partidos, establecer mecanismos de participación ciudadana, en definitiva, perfeccionar la calidad de nuestra democracia.
Nada queda de aquel afán regenerador de la política, pues la ansiedad por el poder, ha desplazado en poco tiempo aquellas reivindicaciones que, en su momento, consiguieron incluso forzar a los grandes partidos una revisión de sí mismos, pero la nueva política de las autoproclamadas como formaciones transversales contra la casta, no solo han envejecido prematuramente sin ser capaces de sustituir la vieja política sino que han incurrido en los vicios de la clase política que venían a erradicar.
Tal es así que los llegados a la escena política desde la máxima exigencia ética, ahora han volcado su empeño en conseguir desde «las cloacas del poder» cargos y buenos sueldos públicos para los miembros de su cúpula dirigente y de su órbita de confianza..