Mientras todos se despedazan en la pelea -y con no pocos meritos- por la ley de comunicación, por el ojo tuerto le roban al hermano de Fabricio. Y es que solamente hay alguien tan arrogante como el mismísimo señor presidente: su propio hermano. Pero las denuncias cambian de tono y esta vez presentan argumentos cada vez más audibles. Él, oye menos, ve menos. No con menos frecuencia, diríamos, sino con menor capacidad.

Sí, su majestad esta tuerto; es un rey tuerto dicen los especialistas. Y me atrevo a creer además que la oposición aprovechará su momento para reclutar y formar electoralmente a Fabricio, quien se presenta como nuevo semblante de la potencial oposición política al régimen. Sería un suceso lamentable, creo yo; delegaríamos a toda una familia los desenlaces de toda una “revolución”.

Pero el tema rebaza fácilmente lo simplemente mediático. Diríamos que no solamente el presidente puede/podría tener el ojo echado a perder, sino que la Asamblea tan deliberativa y participativa -como apuntarían sus mentores- tiene los ojos vendados, tal vez escarbados con cuchara, pues la comisión de fiscalización liderada por la diputada socialista afín al gobierno y coprotagonista de los videos difundidos por el tristemente mencionado, el fugitivo el señor Balda, no ha presentado ni un monosílabo al respecto, mientras que las habas se cuecen sobre la espera de un informe de Contraloría que pudo como no haber sido presentado en estos días.

En fin en una tierra de ciegos: el tuerto sería el Rey

¿Y los asambleístas por cuenta propia? Nada. Les tiemblan las piernas y se les moja el pantalón. Y si se trata de temerosos, ni hablar de la Comisión de Transparencia y Control social cuyos comisionados sirvieron para la foto, nada más. “Esa es la meritocracia que se habla en la revolución ciudadana -apunta Fabricio Correa, el príncipe tuerto-. Al que hace lo que yo quiero, a ese se lo hace ministro”. Pero no sería primera vez.

Y claro, en una tierra donde la función fiscalizadora de la Asamblea se devela entre ceguera y necedad, donde coexiste con una improvisada función constitucional de Transparencia y Control que padece de lo mismo y una opinión pública ofuscada en la compasión patriotera, en fin en una tierra de ciegos: el tuerto sería el Rey.