¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Aicrag escriba una noticia?
Ejemplo fue la no intervención en la Guerra Civil Española en auxilio del bando republicano, en tanto que el bando sublevado recibía plena ayuda de los estados fascistas alemán e italiano
La política de apaciguamiento se basa principalmente en solucionar los conflictos por medios pacíficos y de compromiso en lugar de recurrir a la pendencia y al barro. Se asocia históricamente este concepto con Neville Chamberlain. Para comprender la postura del líder británico tenemos que remontarnos al Tratado de Versalles (1919). Es verdad que la política de apaciguamiento se reveló como un fracaso, Hitler no era un hombre con el que se podía llegar a acuerdos, no obstante esta actitud de Chamberlain persuadió a Alemania de que Francia y Gran Bretaña permanecerían inactivas si atacaba a Polonia. De hecho, esto facilitó el estallido de un conflicto que iba a superar con creces los horrores de la primera guerra mundial.
En realidad, Chamberlain sólo continuó con una política de concesiones, ya asentada en Europa, el error fue pasar por alto la inclusión de Austria en Alemania en 1938 y, cuando estalló la crisis de los Sudetes, sostuvo que el pueblo británico no iría a la guerra. Por ello firmó el pacto de Múnich, que consolidaba aquella incorporación a Alemania.
Chamberlain no estaba solo en aquel designio, la opinión pública británica lo aclamó por haber conseguido la paz. Y de hecho la sociedad francesa no pensaba diferente.
En realidad esta postura fracasó por la voracidad de Hitler. La historia ya la conocemos: millones de muertos.
Pero traslademos esta actitud a la política española actual, donde la fuerza de centro-derecha ha caminado hasta posiciones más extremistas y ha censurado airadamente al Gobierno de Sánchez y sus políticas de apaciguamiento relativas a los soberanistas catalanes. Las conversaciones con un partido como ERC, o la entrevista con Torra. Esto no sólo ha hecho aflorar entre los ultraconservadores acusaciones como que se negocian puntos con la Generalitat o que se plantean los indultos de los presos políticos, sino que claudicaría la voluntad de llegar a acuerdos de Estado, lo que asumiría la expresión errada de que tales políticas son desatinadas.
El mapa político es intransigente e intolerante, con vinculaciones y posiciones ideológicas sesgadas por la derecha Española
La negación a un diálogo con los independentistas, por la negativa intencionada e intencionada derechista con un rédito político aborta cualquier reflexión ulterior. Pero el exorbitante ascenso de ERC en las generales y locales demuestra también la reacción de los ciudadanos catalanes contra el radicalismo centralista nacional. No obstante, embridar las eufóricas pretensiones nacionalistas y la predisposición socialista al diálogo no es fácil, y resultaría prácticamente fútil sin la mediación de Unidas Podemos.
Lógicamente, por interés, PP, Cs y Vox critican con dureza toda política de apaciguamiento del Gobierno, atribuyéndolas a la teórica debilidad del Presidente y a la supuesta tendencia soberanista de Podemos; sin embargo, la credibilidad del líder de la oposición en esta batalla es muy limitada, tanto como su número de diputados. Pero es evidente que esto lleva también a una abierta confrontación entre las derechas, ya que Cs busca ese liderato de la oposición.
En resumen, el mapa político es intransigente e intolerante, con vinculaciones y posiciones ideológicas sesgadas por la derecha Española. El debate es inevitable. Y en todo caso, hemos sido los electores quienes hemos inclinado la balanza hacia posiciones de diálogo. Y exigimos una atemperada conciliación con la tolerancia, con rigor jurídico, con respeto al discrepante y al diferente, porque preferimos los pactos de gobierno al conflicto y a las hostilidades.
La rigidez en la administración del Estado de derecho y la mano dura para los disidentes no es la solución, imponer el criterio por la fuerza no ayuda a la solución del problema. Lo que queremos ver es paz, que estos vociferantes compañeros de viaje de la derecha sean capaces de flexibilizar su actitud, porque su rigidez hará irresolubles los conflictos que nos atenazan hoy. Es evidente que convendría amortiguar las discrepancias para que las alternativas no sean desestabilizadoras, sino cambios quizás de orientación en la manera de concebir España. No es razonable seguir con una dicotomía que sólo provoca permanentes y graves descarnaduras.