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¡Buenos días tristeza!
El mundo ya no ríe.
A la guitarra se le han roto las cuerdas.
A los árboles se les han caído las hojas aunque no sea otoño.
El ruiseñor se ha quedado afónico y el pintor sin lienzo.
El creyente ha dejado de tener fe, algo normal en estos tiempos.
El ciego ha perdido a su lazarillo y el pastor a su rebaño.
El lobo se siente acorralado por los cazadores implacables y el oso vigila muy atento, por si acaso.
El río ya casi no tiene agua, y la poca que le queda, está contaminada.
La mañana se ha escondido y la oscuridad campea a sus anchas.
El sol se ha puesto en huelga y no quiere brillar.
La vela sin mecha tampoco alumbra.
El maestro ya no tiene alumnos, solo las paredes le escuchan.
El ratoncito se ha despistado en el laberinto, y no encuentra la salida, y lo peor de todo es que se le ha terminado el queso.
La nieve se ha derretido pues el fuego traicionero y devastador la ha envuelto, convirtiendo la blancura del bosque en un tenebroso manto negro.
La porquería ha expulsado a los peces fuera del agua y se han asfixiado.
En fin, todo es un auténtico desastre, un terreno abonado para la tristeza más profunda y el pesimismo más dañino por el que caminan sin rumbo fijo y en interminable procesión desesperada:
Almas perdidas
Proyectos sin futuro.
Corazones encogidos.
Ángeles sin paraíso.
También es verdad que puede cambiar el color del cielo. Y soleado es como yo lo prefiero y así me gusta verlo.
¡Los nubarrones oscuros para ti te los dejo tristeza, no los quiero ni regalados!
También se los dedico a esos tipos siempre mal encarados.
Y para otros parecidos, al pesimismo pegados.
Soy un tipo optimista, quizá algo ingenuo, pero siempre prefiero sonreír, de eso tengo absoluta certeza.
Todo, antes de pasarme el día entero abrumado.
No puede ser sano, estar siempre comiéndose la cabeza.
© Fran Laviada