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La mentira es algo muy arraigado entre ciertos políticos. Mentir es para ellos una forma de informarnos, pero una forma de informarnos falsa. Obviamente creen que a menos que el engaño salga a la luz no se encontrarán en la tesitura de tener que negarlo
En esta atmósfera tan especial que el agitador Pablo Casado quiere implantar en el ideario de todos como algo auténtico y ominoso para los intereses, él sabrá si suyos, porque no para los de España, y con la finalidad de aplicar otro fuerte correctivo al pueblo catalán, en una más que nauseabunda matraca más propia de un señor feudal o un mafioso de tomo y lomo, que de un político moderno en un país libre en el marco de una UE garante de esas libertades, no se puede consentir que un lechuguino como este; sin el menor respeto y sin sonrojo alguno llegue ahora hablando de pistolas al referirse a una corriente de opinión que si bien es dudosa la legalidad de sus formas, cuando menos sí es legítima su demanda desde la no violencia que ha caracterizado históricamente a un pueblo como es el catalán.
El camino que parecía abrirse con la nueva posición del Gobierno de Sánchez hacia un diálogo bilateral y unas conversaciones dirigidas a terminar con un conflicto tan dilatado como procaz, a través de la justicia, la libertad al derecho de expresión y la vía pacífica, se ve así obstruida por desafortunadas y reiteradas palabras y actos que muchos españoles esperábamos ver superados definitivamente.
Los actos de terrorismo como ellos los califican, no cesan, pero son actos de terrorismo y violencia verbal de merluzos con aires de grandeza pero con métodos llenos de bajeza. Propios de la ultraderecha que este elemento personifica.
Su intento por apartar del Congreso cualquier medida de progreso y bienestar, conceptos como la paz, la convivencia pacífica, las medidas sociales o simplemente el pensamiento evolutivo de avance, se recrudece y entran en acción hechos y descalificaciones que se arrogan el derecho de restablecer un orden que ellos mismos han caotizado con su porquería fascista. Y lo hacen con una virulencia tal y una impunidad tan descarada, en tanto los ciudadanos por ellos estancados en un día de la marmota eterno no encontramos la protección debida, que lesionan el más elemental principio democrático que es la libertad. Y todo por ese sombrío evangelio reaccionario que afirman es derecho constitucional, cuando no es otra cosa que una animosa incompatibilidad con los criterios generales de prosperidad, avance, florecimiento y bonanza para una sociedad que ya se lo merece.
El ejercicio de los derechos fundamentales no justifica el recurso a procedimientos indiscriminados en aras del principio egoísta de un lenguaraz
La sociedad tiene derecho al orden, a la seguridad y a la convivencia pacífica. Pero, también es cierto, que el ejercicio de todos estos derechos fundamentales no justifica el recurso a procedimientos indiscriminados en aras del principio egoísta de un lenguaraz a cualquier precio.
La convivencia que España viene reivindicando en los últimos meses y que el independentismo parece estar viendo desde esa perspectiva encontrada de bilateralidad, no se va a extirpar con esta clase de delirios proféticos y dementes, ni tampoco los catalanes van a coger un arma para coaccionar a sus hermanos en busca de unas medidas que creen merecen pactar.
Hemos visto y escuchado, por desgracia muchas veces, este discurso obsceno y desestabilizador. Y siempre hay un objetivo en ellos; los judíos, los negros, los musulmanes, los comunistas y ahora, aquí, en nuestro país, los catalanes.
Habría que ver que bien lo pasan estos sediciosos de alma enlutada, con sus chismorreos, en su apreciable negrura desabrida, dentro de un patio o en los pasillos de una cárcel. Ojalá en España tuvieramos justicia.