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10/10/2020

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Variaciones crecientes sobre el mismo tema en compañía del frío y la nieve, en un paisaje invernal que dan como resultado un corazón congelado, anestesiado por el granizo del tiempo.

1.- Versión Micro: Hielo.

A quella mañana cuando me dijiste que te ibas, apenas pude seguirte. Mis piernas, poco a poco se iban paralizando, al igual que mi corazón. Fue curioso ver como mi músculo cardíaco, en otro tiempo corazón de Mariachi , se transformó en corazón de témpano. Los años pasaron, me acostumbré al frío, y gracias a él, no siento nostalgia, ya que mis recuerdos se han quedado congelados en el tiempo.

2.- Versión Corta: El frío sanador.

M Ientras los copos de nieve cubrían los cedros y los camuflaban bajo un gigantesco y cegador manto blanco, fui consciente de mi inevitable soledad.

Una mañana triste y glacial, el frío heló las lágrimas furtivas que resbalaban por mi rostro enrojecido cuando supe que te habías ido, aunque en un desesperado intento, salí en tu busca.

Seguí tus pasos y ellos me alejaron de ti . Mis piernas, iban cada vez más lentas, lastradas por la pena, mientras avanzabas imperturbable, dejando tus huellas blancas por el camino. Pensé que al final te arrepentirías, ¡pobre iluso!

Con enorme esfuerzo aceleré mi marcha, te vi en la lejanía, y esperé en vano, ver tu cuello girar y hacerme un leve gesto iluminando mi alma sombría, pero ni tan siquiera fui merecedor de una sutil despedida, hasta eso me negaste, la más nimia generosidad, cuando yo te di mi vida.

Pero en ese mismo instante y en medio de tanta frialdad y amargura, un fogonazo inspirador estalló en mi interior, y fue curioso sentir como mi corazón, otrora bolero , se transformó en iceberg .

Los años pasaron, me acostumbré al frío, y gracias a él, hoy no siento nostalgia, ya que mis recuerdos se quedaron congelados en el tiempo.

3.- Versión Media: Nieva sobre los cedros.

Mientras los copos de nieve cubrían los cedros y los camuflaban bajo un gigantesco, brillante y cegador manto blanco, me di cuenta que me había quedado solo.

Al lado de aquellos imponentes árboles de firme presencia, yo, al igual que ellos, me quedé inmóvil como una estatua, paralizado por el penetrante frío, que entraba por todo mi cuerpo y me atravesaba como una daga afilada y cortante que me llegaba hasta los huesos.

Poco a poco, la silueta de su menuda figura se iba difuminando a cada paso que daba, aunque todavía se podía adivinar la redondez perfecta de sus caderas, con aquel insinuante movimiento, tan a lo cubano , que siempre la caracterizaba cuando caminaba con aquellos pasos tan acompasados, y el ritmo premeditado, tan marca de la casa, que siempre y con disciplina de bailarina, mantenía al moverse. Esos pasos que irremediablemente la iban alejando cada vez un poco más de mí, sin que yo, pudiera hacer algo por impedirlo.

Mis piernas se habían quedado heladas, al igual que mi corazón. Es curioso comprobar como el músculo cardíaco, en otro tiempo corazón de Bolero , ahora se había transformado en corazón de Iceberg .

También el resto de mi cuerpo se había quedado petrificado por aquel ambiente gélido, que como dardo paralizante me llegaba hasta el alma, anestesiándola de tal forma, que lo único que podía sentir de ella, era su ausencia.

Y seguía nevando sobre los cedros, mientras que lentamente fue despareciendo de mi vida, en silencio, hasta que llegó el día que me olvidé de ella por completo.

Ahora, cuando miro para atrás, las pocas veces que suelo hacerlo, pues no dejo que la nostalgia se apodere de mí, ya que sería absurdo acordarse de lo que quise que fuera, pero que nunca fue, solo me acuerdo de los cedros, de la nieve y del frío, pero nunca de ella, hasta incluso hay veces que ya ni recuerdo su nombre.

En mi vida sigue habiendo cedros y nieva sobre ellos, y acaban cubiertos por miles y miles de copos blancos que los tapan, y muchas veces hace frío, mucho frío, pero ya no hay sitio para ella en mis pensamientos, que al igual que mis sentimientos, también se han quedado helados por el tiempo.

4.- Versión Larga: Y siguió nevando mientras pasaba el tiempo.

Mientras los copos de nieve cubrían los árboles del inmenso bosque, en el que tantas horas pasamos juntos, y los camuflaban bajo un gigantesco, brillante y cegador manto blanco, me di cuenta que me había quedado solo, algo que era inevitable, lo sabía desde hace mucho tiempo, pero no por prevista, la soledad es menos dolorosa.

Al lado de aquellos imponentes árboles de robusta presencia, me quedé inmóvil, al igual que ellos, como una estatua, paralizado por el penetrante frío que entraba por todo mi cuerpo y me atravesaba como una daga afilada y cortante que me llegaba hasta los huesos.

Poco a poco, la silueta de tu menuda figura se iba difuminando a cada paso que dabas, aunque todavía se podía adivinar la redondez perfecta de tus caderas, con aquel insinuante movimiento, que me volvía loco y que siempre te caracterizaba cuando caminabas con esos pasos acompasados y ese ritmo premeditado tan marca de la casa, que mantenías con rígida disciplina al moverte. Esos pasos que irremediablemente te iban alejando cada vez un poco más de mí, sin que yo pudiera hacer nada por impedirlo.

Mis piernas se habían quedado heladas, incluso parecía que el músculo cardíaco, se negaba a entrar en acción, sometiendo a sus latidos a una huelga, con menguada actividad, reducida tan solo a los servicios mínimos, que al menos pudieran garantizar que mi cuerpo pudiese seguir con vida. Es curioso comprobar como mí siempre dinámico y ardiente corazón de Alegre Melodía , ahora se había transformado en frío e impasible corazón de Marcha Fúnebre.

También el resto de mi cuerpo se había quedado petrificado por aquel ambiente gélido que como dardo paralizante me llegaba hasta el alma, anestesiándola de tal forma, que lo único que podía sentir de ella, era el hueco perpetuo de tu ausencia.

Y los inviernos fueron pasando y siempre que ellos aparecían, seguía nevando sobre el bosque, y lentamente, fuiste despareciendo de mi vida, en silencio, hasta que llegó el día que me olvidé de ti por completo, a pesar de que hubo un momento, que habías sido la protagonista absoluta de mi existencia. Aprendí a vivir sin tenerte a mí lado, y descubrí por suerte para mí, que después de tu ausencia, continuaba habiendo vida, algo que me habría pasado desapercibido, si la venda que me cegaba, no se hubiese caído al suelo, cuando hice algo tan simple, como deshacer el nudo que la mantenía tapando mis ojos, y que desgraciadamente, me mantuvo en la más absoluta oscuridad, cuando lo cierto, es que veía perfectamente. Por eso, es tan verdadero, aquello de que n o hay más ciego que el que no quiere ver.

Ahora, cuando miro para atrás, las pocas veces que suelo hacerlo, pues no dejo que la nostalgia se apodere de mí, ya que sería absurdo acordarse de lo que estuvo más en mi corazón que en la realidad, solo me acuerdo de los árboles, de la nieve y del frío, pero nunca de ti, hasta incluso hay veces que ya se me olvida incluso tu nombre, a pesar de los miles de veces que mis labios lo repitieron sin descanso.

En mi vida sigue habiendo bosques y nieva sobre ellos, y acaban cubiertos por miles y miles de copos que los tapan, y muchas veces hace frío, mucho frío, pero ya no hay sitio para ti en mis pensamientos que al igual que mis sentimientos, también se han quedado congelados hasta convertirse para siempre en estatuas de hielo.

Fran Laviada

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