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Los bombardeos parecen no tener fin, el periodismo apuntó sus metralletas de informaciones falsas y a la vez reales indiscriminadamente cual pelotón de fusilamiento
Confinados en un encierro, la locura parece no tener fin, desde lo práctico y lo cotidiano hasta la paranoia enloquecedora y trágica que nos obliga a realizar un recorrido diario del cerebro para no caer en una encerrona de la fatalidad a la que estamos sometidos.
No habrá psicólogo que de a basto para cada individuo en particular, el mundo entero parece un hospital y los encierros un manicomio, donde de tanto repetir quédate en casa, se sufre una especie de lavado de cerebro programado y no se sabe que suerte toca a cada uno.
Todos estamos aislados mirando por la ventana un mundo que hasta ayer había existido, y ahora, cual niño que perdió su juguete, pedimos con gritos ahogados y a la vez silenciosos, que alguien nos lo devuelva.
Parece que hasta Dios colaborara en esta fatalidad programada, cuando todo estaba con cierta calma, y se respiraba un poco de aire de ansiosa expectativa, aparece el periodismo como hienas salvajes inundando las pantallas de la noticia esperada por la prensa. Un contagio en un geriátrico. Ambulancias, médicos, familiares, locura. Por dios, ¿Como pudo ocurrir? Si hasta hace unas horas se debatía si los mayores de setenta debían o no salir a la calle, y de pronto esto. Los ancianos encerrados en un asilo se contagian.
Como una sonrisa cruel del destino macabro, ¿Acaso si es un castigo de Dios? como se dice en algunas religiones; ¿Porque a los viejitos? Si estaban allí tranquilos, guardando la cuarentena. Más que cuarentena, encierro y más que encierro privación de la libertad. ¿Ahora? Desparramados por distintos hospitales.
¿El periodismo? Con su boca gigante y sarcástica, manifiesta una sonrisa. Al fin, encuentran un punto donde insistir con la locura y hacer girar la máquina de la psicosis colectiva.
De solo ver a los expertos en virus, y a los científicos en medicina molecular contradiciéndose los unos a los otros, aumenta la locura. ¿Si ellos que son expertos perdieron la brújula, que nos queda?
¿Un té de limón con tres aspiras? Al fin y al cabo, el remedio de la abuela. Sin embargo los abuelos son los que están más golpeados y no hay té de manzanilla que valga.
Esto parece ser un ataque siniestro a la tercera edad. Por allí circula un vídeo donde se lo escucha al presidente de los pobres, Alberto Fernández decir algunas cosas que cuesta creer. Lo miré varias veces para comprobar si era verdadero o falseaban la voz, porque lo que decía se parece bastante a lo que solía afirmar ciertas personas del Fondo Monetario Internacional. Que los abuelos son un peligro a la economía del mundo.
Este, según se lo ve en el vídeo, repite lo mismo, pero aún más tétrico, y eso que esta sentado en el sillón de los progresistas.
Algunas de sus frases serían estas: "El mayor problema que tiene la economía es como administrar la economía frente a la salud. ¿Y eso porque es? Porque la búsqueda de la eternidad les excita al hombre, el hombre quiere no morir. Quiere vivir el mayor tiempo posible.¿Y que hace la medicina? Cada vez le da más recursos para seguir viviendo. ¿Y eso que provoca? Tiene consecuencias económicas tremendas. Porque ahora... hace treinta años atrás teníamos que mantener a una persona hasta los setenta años, y ahora lo tenemos que mantener hasta los ochenta y cinco, y trabaja menos gente...y a su vez mantener a una persona con vida cuesta mucha plata por toda la aparatología...la medicación...yo lo que quiero es una política más racional".
Increíble, pero esto no lo soñé, esto circula por las redes y son palabras exactas del presidente de los argentinos.
Lo que me lleva a pensar en estos días de cuarentena, por lo que entiendo de lo que expone el presidente, él quiere decir que un trabajador que aportó para su jubilación más de treinta años, jubilándose a los sesenta y cinco, muere a los setenta, la cuenta me da lo siguiente. Aportó más de treinta años para recibir la contribución solo cinco años. Lo otro que el encierro me obliga a pensar es que el gobierno no quiere que la gente viva mucho, porque es un gasto para el estado.
No se, seguramente el confinamiento nos esta haciendo mal a todos y también al presidente.
Carlos Polleé