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La batalla de la democracia estará perdida si aceptamos a las pamelas como algo normal. Habremos aceptado que la política es para los farsantes, no para la gente decente
Las pamelas son las estrellas de un espectáculo burdo. Ecuavisa cayó en la trampa de ofrecer una réplica para su vocera y su sola presencia causó carcajadas tan estruendosas que ahora hasta se ignoran otros temas más importantes por prestar atención a este.
La intervención se convirtió de inmediato en viral para la opinión pública conectada a las redes sociales. Una avalancha de insultos inundó el internet, enterrando hasta el cuello la existencia de otras noticias como la de los 120 millones de dólares de la Ley de Solidaridad que fueron desviados por el gobierno sin ofrecer explicaciones. Estas pobres se entregan al sacrificio a una sociedad que quiere enfilar sus dardos para rechazar al correísmo. Estas son el chivo expiatorio del gobiernismo.
Cuando el entrevistador preguntó a la vocera de la organización sobre el sentido de su consulta ella contestó “la hacemos porque, para nosotros, es el ‘padre de la patria’”.
Nada ejemplifica mejor este grotesco espectáculo. La exaltación absurda, el fanatismo por un líder, el culto a su personalidad y la mentira sobre su obligatoria imprescindibilidad para la existencia de la patria son los ejes transversales de la propuesta de consulta para reformar la constitución.
¿Eso es en serio? ¿Por estas fanáticas de medio pelo vamos a resumir nuestra complejidad política en la necesidad de una sola persona prepotente, intolerante y antipluralista?
Por causa de fogosas como estas y de los medios que las reciben en sus platós, el debate de la política ya no gira en torno a la estabilidad de las instituciones democráticas, a la eliminación de cualquier límite al ejercicio del poder presidencial, a la ética pública, o la libre elección en las urnas del primer mandatario. No. Ahora se trata de glorificar a un ser humano convertido en símbolo nacional del patrioterismo.
Correa es el “Padre de la patria” y punto. Es el mesías de la democracia
Es eso. Correa es el “Padre de la patria” y punto. Es el mesías de la democracia. Antes de él no había nada, después de él, todo. Los ostentosos emperadores romanos recibían este título de sus subalternos. Luego fue utilizado para denominar a los fundadores de países o a los libertadores de las naciones con la misma finalidad. Los césares romanos, George Washington y los demás fundadores de los EE.UU. o los libertadores de América, como Simón Bolívar, Francisco de Miranda o José de San Martín han sido elevados a los altares de la Historia con esta titulación honorífica. ¿Por qué habríamos de santificar a un mortal de reconocida debilidad por el poder, de marcada vocación antidemocrática y de probado despilfarro de recursos? ¿Acaso el correísmo necesita de estas pamelas para esconder su vergonzoso papel en la historia política del Ecuador?
Hay también otros “padres” como Lenin, Stalin o Kim Il-sung, todos dictadores. Este último ostenta el título de “padre de la patria y presidente eterno de Corea del Norte”. ¿De ahí viene la inspiración de Rafael Contigo Siempre, de eternizar en el poder al presidente Correa?
El protagonismo de gente como esta dice que nuestra clase política se niega a razonar, que delega sus delirios de perpetuidad a personas descalificadas, que se pierde la oportunidad de discutir sobre lo realmente importante, que nuestras sociedades están adormecidas en medio de las interpretaciones arbitrarias de una constitución mil veces violada por quienes la redactaron y por la complicidad de los medios que se prestan para este espectáculo. Quiere decir que perdemos la batalla de vernos como sociedad, como gobierno, como democracia pluralista. Es el culto a Rafael, es negar sus errores y los de su gobierno, y negarse a solucionarlos. ¡Gracias pamelas!
Todo esto quiere decir que vivimos del espectáculo y de los mesías. Vivimos de lo grotesco, de lo cantinflesco y de lo burdo. Que nos parece natural encender el televisor y tolerar el desfile de voceros del autoritarismo que recitan cualquier estupidez sin ninguna vocación democrática y sin formación sobre lo que exponen, que repiten estribillos aprendidos de la melosa publicidad correísta, que vende como justo lo injusto, como democrático lo autoritario. Es aceptar que esto no se puede cambiar y que la política está destinada para los demagogos como éstos y no a los ciudadanos decentes.
La batalla de la democracia estará perdida si aceptamos a las pamelas como algo normal. Habremos aceptado que la política es para los farsantes, para los lacayos y para los sinvergüenzas; que no hay espacio para la gente decente y que la política, los políticos y lo político es un lugar no apto para que los ciudadanos construyamos con nuestras propias manos un país para todos.
Las pamelas cumplen con esta función, de espantar de la política a la gente real.