Echando un vistazo al progreso, al tren de la educación que ha recorrido la historia sin detenerse, me doy cuenta de que los números y las letras han sostenido armónicamente el techo de los días. La vida diaria está confeccionada con sus medidas, todo son números, todo son letras, necesitamos la exactitud y la imaginación para caminar, para caminar hacia adelante.

Sin embargo, atrás quedó esa singular compenetración. El sistema educativo (muy diferente al pasado evidentemente) los ha juzgado con dureza: una orden de alejamiento pesa entre estos dos campos del saber. Es cierto que las “lenguas” se imparten por igual en los distintos bachilleratos, pero la música enmudeció por el camino, la historia se perdió por el tiempo, el arte o la literatura han caído en el olvido. Continuamente puedes oír entre los jóvenes: “odio las matemáticas”, “no valgo para dibujar” o frases por el estilo. Normal, quizás le acaban de poner un tres en esa asignatura. Los estudiantes huyen de las letras o los números (si no de los dos) con tanto ahínco que llego a la conclusión de que las derivadas contribuyen al sufrimiento tanto como los sonetos al hambre universal.

[...]a dos pasos del progreso, a menos aún de quedarnos totalmente inmóviles[...]

Tal vez el problema sea del educador, tal vez del educado, tal vez estos dos sean los que menos culpa tienen, pero no estoy seguro de estar potenciando de esta manera el conocimiento o la competencia, no entiendo que el miedo a suspender tenga cabida en la educación, pues ésta es el baúl del pensamiento. Mientras estemos a dos pasos del progreso, a menos aún de quedarnos totalmente inmóviles, necesitaremos que las ideas estén versadas en números y letras.