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En que momento dejamos de ser las dulces princesitas para convertirnos en las brujas malvadas de la película de nuestra vida
Este último grupo tiene una característica, muy bien definida, son féminas que, a veces con sutileza y otras con absoluto descaro, son una gran picadora de hombres.
Algunas lo son durante toda su vida. Como Atila, en cada relación, cuando pasan no vuelve a crecer el pasto. Vaya una a saber cuales son sus motivaciones, un padre licencioso que hizo tortuosa la vida de su madre, alguna situación de abuso, o tal vez una homosexualidad reprimida… y van por el mundo haciendo lo que creen es justicia. Una vez escuche a una de ellas decir ‘si todas las mujeres del mundo engañaran por un milenio a todos los hombres del planeta aún no estaría compensado’ ¡¡¡Achalay my brother’s!!!
Pero, otras no. Muchas fuimos princesitas locamente enamoradas, porque cuando las mujeres nos enamoramos enloquecemos, literalmente, doy fe. Pasamos horas esperando ‘el’ llamado, miramos cien mil veces el celular para ver si funciona, eso hoy en día, porque antes, cuando no existía la telefonía móvil, eran horas y horas, sentadas al lado del maldito aparato, que permanecía mudo y si alguien osaba hacerlo sonar a largar el consabido ‘no puedo hablar estoy esperando un llamado’.
Al diablo con el interesantísimo taller de literatura en el que me inscribí hace dos semanas y pagué una fortuna. ¡Chau! clases de teatro con amigos incluido. ¿Amigas?, ‘…hoy no salgo ¿y si llama?’
Y cuando el candidato llamaba faaaaaaaaa!!! Largar todo, absolutamente todo. Podías estar entrevistando al Santo Papa, que sin ruborizarte siquiera le decías, ¡Bueno Su Santidad, hasta aquí llegué…! Y a correr a sus brazos.
¿Cuántas veces? Siempre, mientras duró el amor, siempre.
Ahora, el tiempo pasa, se acallan las pasiones, la realidad es otra. Te llama un candidato. Claro, no te bebés los vientos por él. Aunque lo pasas bien y siempre es agradable sentirse deseada. Y descubrís, no con poca sorpresa, te aseguro, que…¡el ritmo lo impones vos!
Muchas fuimos princesitas locamente enamoradas, porque cuando las mujeres nos enamoramos enloquecemos, literalmente, doy fe
Un día, una semana, al principio, ni te das cuenta. Hasta que en un momento dado percibís que del otro lado, hay impaciencia, hay desvelo… y sin siquiera un ápice de vergüenza lo disfrutas. Tantas veces estuviste en ese lugar…que te sentís una DIVA, sí una ¡¡DIVA!!
Allí entraste automáticamente en la categoría de ‘perra’, no es un honor precisamente, pero dicen los que saben que la venganza es un plato que se sirve frío, y al que hoy impaciento, sé con certeza que ha desvelado a cientos de hermanas.
La vida siempre se toma revancha y por caminos insospechados. Lo mío es un juego, tengo la convicción que la contraparte no muere de amor por mí, sólo ve peligrar su orgullo y su handicap. Por lo que en esto los jugadores somos dos.
Yo juego a ser ‘perra’, pero él juega a ser ‘lobo’ por más disfraz de cordero que se ponga.
Seguramente no podré sostener este papel por mucho tiempo, no está en mi naturaleza. Me gustan las relaciones francas, sin subterfugios, acompasadas, donde puedo ser yo, simplemente yo, con todos mis defectos y todas mis virtudes. Aquellas en las que puedo brindar lo mejor de mí y ser merecedora de lo mejor del otro.
Podías estar entrevistando al Santo Papa, que sin ruborizarte siquiera le decías, ¡Bueno Su Santidad, hasta aquí llegué…! Y a correr a sus brazos
Pero mientras tanto, no puedo negarlo, esto ¡me divierte!