¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Melusina escriba una noticia?
“Soy la madre natural de las cosas, señora y guía de los elementos, progenie primera de los mundos, la primera entre las potencias divinas, reina del infierno, señora de los que moran en los cielos, en mis rasgos se conjugan todos los dioses y diosas”. Isis dirigiéndose a su iniciado Apuleyo, alr. 1
Dios es padre y madre, unidad en perfecta armonía. Más a lo largo de los siglos, se manifiesta sobre el mundo con mayor peso su aspecto masculino o el femenino.
Al mismo tiempo tanto hombres como mujeres y cada átomo de cuanto existe tiene las dos energías, masculina y femenina, entretejidas. En algunos predomina más una que otra.
En este milenio le toca expresarse a la energía femenina. Es la protagonista del nuevo ser que nace dentro de nosotros y de la felicidad que está en cada átomo de la creación, para favorecer la evolución.
Para entender lo anterior, es necesario contemplar los cambios que suceden en el planeta: la Madre Tierra (Gaia) es un ser igual que el humano.
Del mismo modo que nuestro organismo tiene centros energéticos que coinciden con los orgánicos, su cuerpo celeste posee nodos de energía que equivalen al corazón, hígado, pulmones e intestinos.
En el ciclo anterior, el planeta estuvo regido energéticamente en lo espiritual por la polaridad masculina. Es la fuerza del intelecto y el patriarcado, el hombre exitoso; en tanto la mujer era relegada a ciertos planos de actividad y de la vida.
Lo masculino favorece la actividad. Por ejemplo sembrar, abre el surco y da la fuerza a la semilla. La femenina permite la transformación de la pepita.
Hoy lo masculino se han ido adormeciendo para dar paso a la energía femenina que favorece la creatividad, la pasividad y la intuición. Así como la comprensión, sin intermediarios, de que cada uno es su propio sacerdote para comunicarse con el Gran Espíritu.
La necesidad que tiene el ser humano de conectarse con la fuente creadora, a través de su propio sentir es la espiritualidad natural. No requiere de ir un día a la semana a un lugar especial, a una iglesia, para encontrarse con Dios cuya energía creadora está con la estrella, el infinito.
La conexión con una flor, la luz, la energía de un árbol, el fluir del agua en un río, en el mar o en el océano, nos permite comprender esa energía que somos todos: agrupados los átomos de diferente manera, con formas distintas. Todo está vivo y forma parte del organismo que es el planeta Tierra.
Al fuego basta observarlo para que nos enseñe el arte de la transformación: le entregamos algo concreto (una rama seca) y la transforma en algo sutil. Nos enseña que podemos espiritualizarnos y ser más abiertos para comprender.
Este fenómeno era conocido por los indígenas y las espiritualidades orientales que profetizaron estos tiempos, mencionando qué iba a marcar la apertura de este nuevo ciclo: el Premio Nobel de la Paz otorgado a una mujer indígena, Rigoberta Menchú.
Este hecho fue casi simultáneo al comienzo del tercer milenio y a los 500 años de la conquista de América por los europeos.
El nuevo ciclo se manifiesta en hechos externos e internos. Estamos más serenos en la acción, la intuición comienza a despertar y la creatividad necesita manifestarse.
Es importante que fluya la energía femenina pues en realidad nos estamos transformando. Por otra parte, desde el universo recibimos una energía diferente. La capa de ozono semidestruida permite que entre la energía solar y del cosmos de manera más potente. Esto favorece nuestra mutación y la de la Tierra.
No es casual que cada vez más necesitemos encontrar el sentido de nuestra vida: descubrir la conexión verdadera con la energía universal.
Como organismos concretos precisamos del alimento, vestido, protección, de en un lugar digno y sano donde habitar. Pero para satisfacer esas necesidades, es imprescindible comprender nuestra esencia divina para ser mejor gobernante, economista, agricultor, padre o madre.
EL MATRIARCADO
Los estudiosos dicen: "en el matriarcado, las mujeres dominaban a los hombres", de acuerdo a los estereotipos patriarcales: "si no dominan unos, dominan otros".
Lo cierto es que en los matriarcados no aparece ningún tipo de dominio, sino la colaboración entre los seres humanos, por lo que se conocen como "sociedades fraternales".
En una sociedad de este tipo, el valor de la mujer es ensalzado. La función creativa femenina es sacralizada y no se tolera la violencia contra la mujer.
El hombre también tiene la oportunidad de desarrollarse. El arte de los adoradores de la Diosa, no muestra al varón subordinado a la mujer sino en igualdad.
La energía masculina posee el conocimiento en acción; y la femenina produce la transformación.
Los cretenses, por ejemplo, eran marinos arriesgados que comerciaban en el Mediterráneo y que sabían defender sus vidas contra los piratas o los elementos. Sin embargo al regresar a su isla, se mostraban como confiados hijos de la Diosa, amantes de la belleza, la Naturaleza y la sensualidad.
Hasta en los hogares más alejados, que podían considerarse humildes, el arte mural estalla en amor a lo natural y a lo femenino.
Se observa lo mismo en las diferencias sociales. Los gobernantes no son despóticos, ni se dan importancia. En Creta no hay imágenes de ellos y es probable que la isla estuviera gobernada por mujeres.
Ni siquiera hay grandes diferencias económicas. Las casas son cómodas, limpias y luminosas, tanto las de ciudad como las más alejadas.
La sociedad matriarcal fue de gran crecimiento espiritual para la humanidad, una época en la que cada persona podía desarrollarse como tal.
VUELVE LA DIOSA
Las invasiones indoeuropeas trajeron al Dios único, masculino y todopoderoso; la guerra y la vida basada en la explotación del hombre y la naturaleza; un idioma que originó al que hablamos en la actualidad, pero no pudieron borrar el recuerdo de la Diosa.
La nostalgia del Paraíso Perdido, que forma parte de nuestro bagaje espiritual, proviene de esa época y la llevamos grabada en las células.
Algunos pueblos se resistieron al avance del dios único. Los vascos aún conservan su idioma original y el respeto a la mujer. Otros, tuvieron que aceptar la nueva realidad, pero disfrazaron a la Diosa bajo otros ropajes para seguir adorándola. El culto medieval a la Virgen María proviene de ello.
El Cristianismo, religión patriarcal, no pudo evitar que la devoción popular por la Diosa siguiera existiendo y la convirtió en adoración por la Madre de Jesús, en sus diversas advocaciones, entre otras: del Pilar, Aranzazu, Caridad del Cobre y la Guadalupana.
Sólo en los últimos años se ha redescubierto el valor de la Diosa e incluso su existencia, negada por tantos años. Hoy renacen las ideas que dieron origen al período más creativo de la historia.
MADRE LUNAR
Bella Luna plateada, siempre Madre y Virgen. Ora nueva, llena, creciente, menguante. Perpetuamente mutable y misteriosa,
Eurínome, la del amplio vagabundeo, La Gran Dios Blanca, La Señora de todas las cosas, con tu blanco calcañar aplastaste la serpiente.
Tomaste nombres diversos: Isis en Egipto, Dam-kina para los sumerios. En tanto los argivos te llamaron Dánae y la lluvia de oro Zeus te fecundó. Fue el fruto de tu vientre, El Niño Dorado, el Año Nuevo, Horus, el Sol Naciente.
Diosa Luna, triple Dánae. Tus nombres de encanto. En Rodas perduraron: Linda Camiro y Yálisa. Compartiendo funciones en la Hélade con Cloto, Láquesis y Atropo.
Diva triformis, Gran Señora: Selene en el cielo, Hécate en el infierno. Conforme a la región: Artemisa o Astarté, también Coyolxauhqui; Diana e Isthar, Nisi y Sifix, sin agotar.
En su amplio vagabundeo por la noche constelada, levanta o baja las mareas. Regula el cuerpo de la mujer. La dota con ciclo fértil y de su celo por la especie.
Iluminas las noches de los hombres, sea el sabio que escudriña los secretos, del viajero perdido en el camino, del vagabundo sempiterno, del hombre que cubierto por tus rayos practica el amor prohibido o te rinde culto con el fuego sacro.
Pero, sobre todo, iluminas las noches del poeta que lleno de embeleso, contempla el brillo astral de tus cuernos afilados, mientras canta entusiasmado a su amor idealizado.
SIEMPRE VIRGEN
Zeus concede a su hija Artemisa el ser pura y virginal siempre. Lo cual resolvió, entre rayos y centellas, declarándola diosa lunar. Desde entonces ser a la vez Madre, Virgen, pura y sin mancha, son atributos lunares.
Así una vez puesto el Sol, brilla la siempre Virgen sin mancha, la casta Diana, cazadora con "Arco de Plata". Sus poderes los ejerce según las fases de la luna:
* Era proclamada con trompetas de plata por los druidas en pleno cuarto creciente (hoz de plata), pues muestra su hoquedad sagrada sedienta de licores seminales.
* Luna llena, mujer plena, orgullosa muestra su embarazo y preside, como en Efeso, el culto orgiástico.
* En el cuarto menguante, majestuosa, magnánima y solemne, vierte el contenido fértil sobre nuestra Madre Tierra: huertas y bosques, hembras y mujeres. Todo lo vivo alcanza el elixir sagrado.
* Luego que derrama su preciosa carga, ayuda a las parturientas; en recuerdo de que apenas naciera, ayudó a su madre para que naciera Apolo, su gemelo amado.