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Apenas un día antes de que las máquinas tragamonedas se salpicaran de sangre, a unos cuantos kilómetros de ahí, se daba la noticia de que se había localizado una fosa clandestina con 11 cuerpos con huellas de tortura y con el tiro de gracia
Una tarde como cualquier otra; en el local de máquinas de videojuegos se encuentran niños y jóvenes probando su destreza, intentando batir sus propios records.
Es Uruapan, Michoacán, una localidad con antecedentes de violencia generada por grupos de la delincuencia organizada así como por autoridades federales y estatales. Es también el estado donde en 2006 inició la barbarie ordenada por Felipe Calderón (michoacano, por cierto) y su corrupto ideólogo Genaro García Luna. Es la tierra ensangrentada por La Familia Michoacana, Los Caballeros Templarios, Los Zetas, El Cártel de Sinaloa, Los Viagra, Las Autodefensas (grupos paramilitares) y El Cartel Jalisco Nueva Generación.
Los chavos que asisten al negocio que conocen como “las maquinitas”, son de escasos recursos económicos, ellos no tienen un PlayStation o Xbox en casa, tampoco cuentan con teléfonos celulares de gama alta ni con televisores de última generación, es por ello que con regularidad se dan una escapada al establecimiento del barrio, pues, de cierta manera, les ayuda a abstraerse, momentáneamente, de la pobreza y la violencia que les rodea.
Apenas un día antes de que las máquinas tragamonedas se salpicaran de sangre, a unos cuantos kilómetros de ahí, se daba la noticia de que se había localizado una fosa clandestina con 11 cuerpos con huellas de tortura y con el tiro de gracia, situación que desde hace poco más de 13 años es una triste realidad en la entidad. Y es que Uruapan no ha tenido descanso, en cuanto a asesinatos se refiere, desde que el Ejército llegó a finales de 2006 con la supuesta misión de acabar con los cárteles del narcotráfico.
Una camioneta se detiene intempestivamente afuera de “las maquinitas”, del vehículo descienden 4 sujetos armados preguntando por un individuo, los chavos interrumpen sus juegos, algunos de ellos intentan correr pero de inmediato son detenidos por los sicarios que les ordenan tenderse bocabajo, el miedo, la impotencia y los sollozos llenan el espacio que, unos minutos antes, se colmaba de las risas y los brincos de los niños frente a las pantallas.
Uruapan, la ciudad donde en septiembre de 2006, un grupo armado irrumpió en un bar para lanzar, en la pista de baile, 5 cabezas humanas; un hecho que, de cierta manera, marcaría el inicio y el destino de la carnicería que hoy vivimos en gran parte de México. Uruapan, la ciudad donde miles de personas de bien trabajan, estudian y conviven rodeados por el miedo y el abandono institucional.
Los peritos han contado 65 casquillos percutidos; la sangre está en todas partes y la pólvora sigue en el aire. Los cuerpos de 4 menores de edad (12, 13, 14 y 16 años) y 5 jóvenes (18, 18, 21, 22 y 39 años) se encuentran tendidos inmóviles mientras sus familiares y vecinos gritan de desesperación; la escena es brutal, abominable e incomprensible.
Uruapan, Michoacán, hoy es reflejo de un México que ha sido ensangrentado por un presidente que, en su estúpida soberbia, se creyó militar; por otro mandatario indolente que continuó la supuesta guerra sin reparo; y por uno más que hoy prefiere escudarse en el pasado antes que reconocer su incapacidad.
No faltará quien, en su enorme ignorancia, culpe o criminalice a las víctimas de Uruapan o, peor aún, se desgarre las vestiduras defendiendo a cualquiera de los 3 presidentes que hasta la fecha siguen sin responsabilizarse por el interminable dolor de las familias, de los niños asesinados y del cementerio en que han convertido a nuestro país. Sin embargo, para desgracia de todos, ahí están las imágenes de los cuerpos sin vida de niños que solo pretendían jugar, alejarse del bullicio, de la pólvora, de la sangre, del olvido y de la muerte.