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Los contemporáneos de Wilde lo tuvieron sólo por hombre ocurrente y extraño y sólo por escritor jovial, a menudo caprichoso y desconcertante. Cierto que algo de todo esto hubo en Eduardo Wilde, pero todo eso no le sirvió sino para encubrir su muy compleja idiosincrasia. Y ésta la ignoran la mayoría de sus contemporáneos. Suele pasar que los contemporáneos juzgan de manera errónea a las grandes mentes que tienen a su alrededor, dado que la ignorancia y el fanatismo les sega el velo del entendimiento.
Pasó ante ellos y entre ellos, en la reunión mundana, en el cónclave científico, en el despacho administrativo o ministerial de su trabajo, en el debate parlamentario, como un descreído burlón que sonreía enigmáticamente cuando los demás se acartonaban de grave adustez. Con intención peyorativa lo tildaron de escéptico, si bien muchos de los que emplearon este calificativo ignoraban con cuánta exactitud le convenía a Wilde. Le convenía porque la raíz griega de "escéptico", es "observar, examinar, pensar o ponderar sobre la realidad misma", aclara la Real Academia española sobre el verbo "considerar", y los léxicos filosóficos la definen análogicamente "Exceptico: aquel que examina", aunque agregan otra palabra derivada significación perspectiva y técnica como "aquel que después de haberlo examina todo encuentra en la suspensión del juicio, en la negación, el sentido de su existencia y el camino de la felicidad" definiciones que las encontramos en el Diccionario de Filosofía escrito por J. Ferrater Mora. ¿Cuantos escritores de la actualidad se contentaran a partir de ahora cuando los tilden de escépticos? Seguramente muchos...
Los contemporáneos de Eduardo Wilde, al calificarlo de escéptico quisieron afirmar lo que corrientemente se entiende por incrédulo, sin advertir cómo le cuadraban aquellas otras dos acepciones, filológicas una y filosófica otra. En efecto fue Eduardo Wilde un escritor que repiensa y sopesa los juicios y prejuicios en boga, aceptados por pereza mental o por la mansedumbre o cobardía. Sintió la agridulce fruición de examinar, de examinarlo todo, y así lo documentan muchos pasajes de sus "Obras Completas", e invito a que las lean cuando puedan dado que son muy interesantes.
Vivimos en un país donde perdura el titulado de "culto del coraje" o "la cultura del aguante" y donde el guapo podía fanfarronear y amenazar a sus anchas (uso inofensivo pretérito, aunque entre nosotros la civilización lucha, todavía hoy, con la barbarie rediviva), Wilde dijo sobre el valor físico cuando divergía del usual criterio criollo, como se pudo ver en una carta dirigida al entonces Ministro del Interior Felipe Yofre (1898-1901), y además en su autobiografía póstuma de 1914 (Aguas Abajo), a cuyo protagonista infantil bautiza con el nombre de Boris el valor físico " no le merecía gran estimación: el hombre más valiente lo es menos que cualquier animal de presa o doméstico; que cualquier bicho insignificante, que mil insectos: el león, el tigre, el gallo, el perro, y esa infinidad de escarabajos que se toman en pelea y no se sueltan hasta después de la muerte, son infinitamente más valientes que el hombre más temerario. ¿A qué, pués tener orgullo de una calidad que se posee en tan ínfimo grado? ".
De la misma manera en unas páginas de 1874, nos habla sobre la arraigada costumbre de duelo, que en esos entonces había en la sociedad. Decía Wilde: " El batirse no prueba nada, no prueba ni la razón ni el derecho, ni da legitimidad a tal o cual acto de la vida. No lava las ofensas ni levanta las calumnias" (Tiempo Perdido). Los citados fragmentos ejemplifican esa lógica implacable, la cual es una condición de escéptico temperamental que el escritor Eduardo Wilde señalaba ya en su personaje Boris, personaje de rizosa melenita y de pantalones cortos. Lógica del que no tiene ninguna de las ideas llamadas absolutas, lógica de quien examina, es decir, de quien es observador meditativo y perspicaz. Por eso compone satíricos cuadros de costumbres: "La carta de recomendación", "El carnaval", "Vida moderna", "Mar afuera", "Sin rumbo", etc. O artículos con una intermitente costumbrismo como: "El maestro Cesáreo", "Ignacio Pirovano", Fisiología de la música", "La primera noche de cementerio", etc.
Y aquí en Argentina donde todos somos doctores mientras no se demuestre fidedignamente lo contrario, y donde damos patente de inteligencia a la intrépida charlatanería, en un país donde el que es reflexivo y pausado parece un otario. Mientras que el ignorante se cree sabio, o como dijo más recientemente Fontana Rosa " el verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser boludo delante de un boludo que aparenta ser inteligente ". De esta forma en Argentina Eduardo wilde se divirtió desinflando la hinchada reputación de algunos connacionales. Por ejemplo cuando él, médico, opera a un caballo y lo martiriza con el escalofriante instrumental quirúrgico, nos da la sarcástica información: "Yo no podría explicarle (al caballo) que todo era por su bien, no entendiendo él ninguno de los idiomas que yo hablo y no habiendo yo relinchar como caballo, a pesar de ser profesor de facultades y miembro de corporaciones científicas " (Prometeo y Cia).
Además como el escéptico Eduardo Wilde se agazapa un agnóstico irreductible: Si nada logramos valorar con precisión es porque nada podemos conocer a fondo. Hasta las sensaciones son meras engañifas de nuestros sentidos. Como dijo " ni yo, ni ustedes sabemos como es la naturaleza en sí misma, ni cómo es para tal pintor, . Ni el pintor sabe cómo es la naturaleza para nosotros dos. Yo sé cómo es la naturaleza para mí y nada más, y si soy pintor y pintó un cuadro, pintaré la naturaleza, no como es ella, sino como yo la veo. Los pintores no copian la naturaleza: copian las imágenes de su cerebro " (Tiempo Perdido).
Después podemos encontrar en sus obras la situación del hombre y la mujer en su sociedad. Donde nos la presenta al describirnos el carnaval porteño: "Nosotros creemos que la palabra disfraz está desquiciada, sacada de su significación natural. ¿Cuando estamos disfrazados, cuando nos ponemos o cuando nos sacamos la careta? Pero este es un tema que ya lo abordó anteriormente Larra antes que Wilde, y después Luigi Pirandello (en 1924) con su teatro de "maschere nude", el problema de autenticidad espiritual de cada ser, es un problema ontológico que suscita frecuentes reflexiones a lo largo del tiempo de la vida humana. Gran parte de todo esto fue explicado por José María Monner Sans cuando escribía para el Diario La Prensa de Buenos Aires. Es una verdadera lástima que esas notas no estén digitalizadas, dado que tanta claridad al tema nos daría en el siglo XXI.
Volviendo a las reflexiones de Larra, Wilde y Luigi Pirandello (1867-1936), son reflexiones que los tres alinearon " ciascuno a suo modo ": Larra mediante su cáustica gracia a lo Beaumarchais; Wilde con su dickensiano ingenio; Pirandello con su pirronismo de tradición siciliana. En los tres, hay aleación de tristeza recóndita y profunda, y de hilaridad aparente, con una ausencia de genuino humorismo. Wilde afirmó que el humorismo se colora de un "tinte de filosofía" y que en los más grandes humoristas " hay tristeza profunda y pasión" (Aguas Abajo). Entonces esto nos lleva a la reflexión sobre sí encontramos tristeza en los escritos de Eduardo Wilde. ¿Hay tristeza en Eduardo Wilde? Claro que si, como en todo escritor, a lo largo de sus publicaciones dedica algunas publicaciones a reflejar esos sentimientos que todo escritor y todo ser humano siente a lo largo de su vida, como también siente alegría.
La tristeza en Eduardo Wilde no se la descubre fácilmente. Aunque él elogiá la tristeza por "culta, civilizada, suave, simpática, como la luz penunbrada", ya que si "nada dura. ?Cuanto hay motivo para estar alegre?" (Prometeo y compañía) Aunque un ojo bien afilado la comienza a vislumbrar con una postura escéptica que él escritor la va incluyendo en sus textos: " En el interior de todas las cosas hay siempre más prosa que poesía y más decepciones que consuelos ". Esta negación que le sugiere una de sus tantas agudezas: " En lo material una base neutraliza a un ácido para formar una sal; pero no hay en lo moral un consuelo ácido que, unido a una pesadumbre básica, produzca una sal de indiferenci a" (Prometeo y Cia). Similar desesperanza, es decir una esperanza frustrada se expresa así en varias de las obras escritas por Wilde. Como muy bien marco José María Monner Sans en sus notas del Diario La Prensa de Buenos Aires.
Para Wilde expresarse como desesperanza, constituye eso una de las modalidades de la tristeza en sus obras y artículos. Donde anida en lo más íntimo de su conciencia y se denomina "melancolía". Sus escritos no deprime a las personas fuertes y asociega su pesar congénito. Ese estilo melancólico distinguió a Wilde, pese a que como buen humorista. Le gustó rescatarla tras su ironía juguetona y su sátira amena. Encontramos dos cuentos melancolicos en Wilde uno es "Tini" y el otro "Así", En "Tini" el protagonista es un causante de muchos sollozos en la Ciudad de Buenos Aires de 1881. Junto al recuerdo de "Tini", ente de su propia fantasía perdura el de otro, corpóreo, también desaparecido en la infancia: su hermana Vicentina. A ella alude melancolía en su artículo "sueños y Visiones" de 1889. Y a ella le dedicó un emocionante pasaje en su biografía digna de ser leída por los amantes de la historia y de la literatura.
Eduardo Wilde fue un agnóstico y escéptico escritor, se complace en recalcar la inanidad de todo cuanto satisface las frágiles creencias humanas. Esta convicción del humorista explica su melancolía esencial y por qué sólo respeta a la niñez.La respeta por qué es el único período de la existencia en que se goza de autenticidad espiritual. De forma que los instintos irrefrenados, los sentimientos a flor de piel las pasiones nacientes, los graduales esfuerzos intelectivos, los manifiestos móviles de la voluntad, responden en la niñez a reales impulsos directos, sin represión ni disimulo. Y ahí quedan, para probar el efecto que Wilde sentía por los niños, su autorretrato en el Boris de Tupiza, el cálido diseño de la feúcha Vicenta. La doliente figurita de Tini, sacudida por el crup mortal, el boceto del chico que, con callada angustia, acompaña el féretro de su padre en el relato "La primera noche en el cementerio", obra que trae varias lecturas de poesía en su interior según los entendidos.
Encontramos melancolía, en "Antes mientras y después" y la descripción del monótono fluir del tiempo en "De la suave Rutelia". Y melancólicos sus grises paisajes, generalmente ovillados en el cedal elegíaco del agua. Además de melancólicas las páginas de "La Lluvia", a trechos poéticas, con ciertos retornelos de letanía y en la que, de tanto en tanto, el escritor humorista desliza algún comentario travieso.
Sin embargo, a este melancólico escritor, para sus contemporáneos, al menos para la mayoría lo tuvo sólo por hombre ocurrente y extraño y solo por el escrito jovial, a menudo caprichoso y desconcertante. En cambio, uno de sus amigos de siempre Belisario J. Montero, nos a dejado en su libro "Ensayo sobre Filosofía y arte", esta ilustrativa confidencia wildeana a modo de una síntesis de tan compleja wildeana "yo sufro mucho del agudo y penetrante dolor de las cosas en el trato con los demás, y como no lo demuestro cubriéndome con la máscara de la despreocupación y de la ironía, y como acumulo ese dolor durante épocas enteras, necesito a veces un largo llanto para equilibrarme. Pero no te aflijas ... Las lágrimas son antisépticas: Destruyen los microbios de los ojos como de la parte de la cara por donde pasan. Pudorosas lágrimas de melancolías ésas, antisépticas lágrimas de Eduardo Wilde. Quien en el fondo fue un escritor humorista que se reía de la ignorancia y la soberbia de algunos de sus contemporáneos.
Ulises Barreiro