¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Francisco Morillo escriba una noticia?
la típica expresión machista comúnmente utilizada de “ella es la que lleva los pantalones”, refiriéndose a una mujer dominante.
La moda está obsesionada con el género, define una y otra vez las fronteras de este. La ropa unisex es un ejemplo de esto, demuestra una exagerada obsesión por las diferencias sexuales, esto lo podemos observar diariamente en como se exhibe la ropa que llevan los hombre i lo que llevan las mujeres cada día. Es decir, que con esto demuestran un afán de marcar las diferencias de genero.
Un ejemplo de esta diferencia es ya de bien pequeños, no se puede distinguir mucha veces su sexo, pero no lo sabemos por el color de la ropa que llevan debido a que si es azul es de niño, y si es de rosa es de niña, pero no siempre ha sido así, antes de la Primera Guerra Mundial el color rosa era llevado por hombres (debido a que era color de poder y de seguridad), mientras que el color azul era el que llevaban las mujeres (signo de delicadeza). Este cambio que ha habido nos demuestra que las distinciones de género son arbitrarias.
Pero la ropa no sólo sirve para diferenciarnos sino que también atrae las miradas hacia el cuerpo, y hace que resalten los signos corporales que diferencian los dos sexos. De esta manera una falda puede significar “mujer” para referirse a las mujeres, mientras que los pantalones significan “hombre”. El ejemplo más despiadado de esto es el que podemos observar en los indicadores de los lavabos públicos, que muestran invariablemente a los hombres con pantalones y a las mujeres con falda.
Otro ejemplo es la típica expresión machista comúnmente utilizada de “ella es la que lleva los pantalones”, refiriéndose a una mujer dominante.
Existe una estrecha relación entre mujer y moda que es tan literal como metafórica. A las mujeres se les ha relacionado durante mucho tiempo con la confección de vestidos y la habilidad de las mujeres con el textil que llegó a ser uno de los medios a través de los cuales hubo una ruptura con las damas y las buenas esposas, en una época en la cual había poca independencia económica de los hombres.
Una explicación para todo esto se puede encontrar en una estrecha asociación de la “mujer” con el cuerpo, patente en gran parte de la teoría social de los siglos XVIII y XIX, así como las enseñanzas cristianas. Resumiendo podríamos decir que esto proviene de una antigua cultura y aunque los símbolos cambien con la moda, el mensaje de género/sexo perdurará igualmente.
Otra prueba de que el sexo no determina el género de una manera “natural”, lo podemos observar con los hermafroditas (personas con característica de ambos sexos), que pueden asumir aspectos genéricos “normales” (masculino y femenino) a pesar de la ambigüedad de su sexo biológico.
Unos estudios sobre los hermafroditas nos dana conocer que la adquisición de “masculino” y “femenino”, no es “natural” ni puramente “biológica”, sino el resultado de la socialización. También podemos decir que la aparición del transexual es una prueba más de la discontinuidad entre sexo y género.
Siempre se ha considerado que la mujer tiene que ir vestida de manera que destaque sus partes femeninas y vestidas con su condición social. Es decir, es normal entonces, que las mujeres hayan desarrollado un agudo sentido de conciencia de ellas mismas respecto a su imagen, que nada tiene que ver con su naturaleza innata, sino que es un resultado de las actitudes y presiones culturales. El sorprendente respeto hacia esta actitud del exhibicionismo femenino como arma de seducción, que no sólo responsabiliza a las mujeres de su propia conducta sexual, sino también la de los hombres, si un hombre sucumbe a la tentación sexual en pensamiento u obra, se considera culpable a la mujer por haberlo provocado con la ropa. Esta actitud persiste en el concepto de la mujer “lo que estaba deseando” cuando ha estado atacada sexualmente o violada por llevar una falda corta o un vestido provocativo (Lees, 1999, Wolf, 1991).
Así como hemos anunciado anteriormente, la moda y el vestido femenino han estado regulados históricamente de acuerdo con el género y la sexualidad, así como el social, es decir, la clase, la distinción. Las leyes suntuarias intentaron regular el prestigio, pero en el caso de las mujeres también diferencian entre la mujer buena, amable y rica, y su hermana prostituta. Un ejemplo es que en ciertas épocas se prohibió a las prostitutas que llevasen peletería, con la finalidad de poder diferenciar a las mujeres “respetables” y a las mujeres “vulgares”. Sólo se consideraba que la moda era legítima si era para complacer al marido o a un pretendiente.
La mujer, según Flügel, es más narcisista que el hombre y posee un sentido de rivalidad agudo de rivalidad sexual, que la hace que compita con otras mujeres para poder captar la atención sexual. En cambio, la únicas críticas que se les tiene que hacer a los hombres respecto a la moda, es que ellos tendrían que estar por “encima” de la moda y que estos no tienen afán de lucro a la hora de vestirse para ir a trabajar, ya que van todos con traje y se siente en igualdad de condiciones, pero esto hace que desplacen su deseo de “protagonismo” en las tareas del trabajo.
La ropa de información sobre la posición social y económica del portador.
Aunque parezca que vivimos en una sociedad donde las polaridades donde “hombre” y “mujer” son separadas, en lo que respecta a la ropa, la convicción sigue ciñéndose a la necesidad de hacer distinción. Además la ropa sigue llevando una carga de asociaciones ya sean por “masculinidad" o “feminidad”. Por ejemplo, cuando la moda de las mujeres avanza dirección al traje / pantalón masculino, las formas angulares ponen las telas más rudas, se consideran más “masculinas” o a veces “andróginas”, las dos escriben la importancia del género como forma de dar sentido a la moda.
En resumen, mientras en la actualidad las mujeres disfrutan de una mayor libertad a lo que se refiere a indumentaria y a los hombres, desde los años 80, pueden disfrutar de placeres anteriormente “femeninos”, como la moda, la sociedad contemporánea sigue preocupada por la diferencia sexual y define estilos corporales específicos y de vestir para los hombres y mujeres. Las fronteras de género todavía son tangibles, aunque no totalmente infranqueables para unos pocos individuos creativos, como Boy George o Jean Paul Gautier. En su mayoría, los regímenes de representaciones de masculinidad y feminidad, amplios, son a pesar de todo claramente genéticos y la moda continua jugando con el género, incluido, aunque periódicamente lo destruya.