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La confluencia de los partidos dinásticos amenaza con trasformar en anécdota la anunciada iniciativa de Unidas Podemos de instaurar la República, atendiendo al agotamiento social del ciclo de rebeldías del 15M y la irrelevancia de su condición de socio menor del Gobierno de Coalición
Antes de referéndums constitucional de 1978 que refrendó el actual modelo de Estado hubo decisiones políticas que fueron fundamentales para la legitimación popular de la monarquía
Concretamente la comparecencia que el 16 de abril de 1977hizo Santiago Carillo y la plana mayor de su partido, ante los medios de comunicación para anunciar que desde las filas comunistas se aceptaba el nuevo ordenamiento político de país, tanto en lo relativo a la bandera roja y gualda como demás símbolos del Estado, y en la que añadía además que el PCE reconocía al Rey como tal, dándose la paradoja que ese pronunciamiento se daba un par de años después de incluir la imagen del monarca en la portada del clandestino Mundo Obrero correas de trasmisión del partido, donde le adjudicaba el papel de marioneta del Franco.
Desde entonces, en todas las proclamas y manifiestos desde el PCE no aparece mención alguna al restablecimiento de la República como exigencia para la recuperación de la democracia, denotando con ello que pesaba más el miedo a su exclusión del nuevo escenario político que su fortaleza ideológica
Pero la despreocupación comunista por la República es mucho anterior al hipotético cambio de régimen, pues desde 1956 en el exilio no consta referencia alguna que sitúe a la misma como parte de su objetivo inmediato, más bien con el paso del tiempo se percibe una renuncia tácita que llega al extremo de hacerla invisible con la postulación de aquel “cambio político”.
Resultando por tanto probado que en contrapartida a su legalización como partido no dudaron en hacer renuncia expresa de aquella República que ya tenían aparcada, como así indica su total acuerdo con el párrafo tercero del artículo primero de la nueva Constitución, que establece la Monarquía parlamentaria como forma política del Estado; siendo especialmente enérgica la defensa sobre la corona hecha por Jordi Solé-Tura, que como ponente constitucional de los comunistas, no dudó en defender que la línea divisoria principal estaba entre la democracia y sus enemigos, para añadir a renglón seguido que "querer la República, hoy, con todas sus consecuencias, significa luchar por derrocar la Monarquía".
Pero si por aquel entonces la monarquía Juan carlista encontró un defensor insospechado en el emblemático dirigente del PCE, cuatro décadas después las camadas de reemplazo formadas en la Unión de Juventudes Comunistas, defienden una pulsión republicana que parece estar ganando peso entre la sociedad mayormente opuesta a la continuidad de una monárquica cada vez más deteriorada y discutida.
Tampoco es sustentable que esa izquierda antimonárquica intente alcanzar su meta patrocinando la Constitución del 78 como piedra angular de su objetivo
Un desapego popular que se mantuvo inclusive tras la abdicación en favor de Felipe VI en junio de 2014, e hizo que el CIS, centro de estudios sociológicos, ante el negativo resultado de las encuestas decidiera en abril de 2015 suspender las preguntas sobre la monarquía , última vez que la ciudadanía fue consultada, lo que no hace más que arrojar dudas sobre una percepción que se intuye negativa, agravada con la espantada protagonizada por rey emérito tras el episodio de su presenta corrupción actualmente en manos de la fiscalía.
La monárquica se ganado su descrédito por mérito propio, y es por eso que serán inútiles todos los esfuerzos por sostener los pilares de la institución como garante de la actual forma de gobierno, o levantar un cortafuegos para salvarla.
Que a la vista de tan degradante coyuntura la izquierda promueva la instauración de la república es un ejercicio de honestidad política que en modo alguno debe crear alarmismo y mucho menos alentar censura entre sus detractores, pues lo peor que le puede ocurrir al país es seguir sumido de la inestabilidad inducida por la pecaminosa deriva de la realeza, toda vez que las instituciones políticas tienen sentido de continuidad si son útiles para la ciudadanía y tal principio de utilidad para nada se garantiza a tiempo presente.
No siendo de recibo asociar la percepción de la «república» con el desconcierto y el caos, en interesada rivalidad con el otorgamiento de ejemplaridad y virtuosismo dedicado a «monarquía parlamentaria », pues tal proceder es una arbitrariedad utilizada con la intención de sustentar tendencias preestablecidas, aún cuando la realidad de los hechos pinta al revés, por cuanto las vecinas repúblicas de nuestro entorno próximo, como Portugal, Italia, Francia o Alemania nada tienen que envidiar en estabilidad a los regímenes monárquicos de los países del norte.
Siendo contrastable que los presidentes de la república aportan mayor consistencia y solidez al desempeño de la actividad política, aspecto que sumado al cúmulo de despropósitos que acompañan el turbio proceder de la casa real refuerza la ruptura con una monarquía que por su perniciosa deriva no puede ofrecer más que pobreza, injusticia y corrupción.
Ahora bien tampoco es sustentable que esa izquierda antimonárquica intente alcanzar su meta patrocinando la Constitución del 78 como piedra angular de su objetivo, cuando es harto sabido que su contenido es quien refrenda la condición jerárquica de la corona