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Es una de las fórmulas más complejas de resolver y no estamos hablando de la bebida preferida por la mayoría. Todos queremos saber cuál de las dos ejercen mayor influencia en nuestras vidas. Disfrutemos de algunos matices de este super clásico; las emociones y la razón. Veamos
La razón que te demora.
Es una de las frases que pregona la canción de la RENGA (grupo del rock nacional argentino) en una de sus tantas letras.
¿"Daría” a entender el cantautor que es mejor y más rápido dejarnos guiar por nuestras emociones? Quizá, o quizás, no.
Para saberlo necesitaríamos escucharla varias veces y ponernos a ahondar en la intensión de la letra, el contexto, a quien está dirigida si ese es el caso, o simplemente fue un acto de inspiración artística y nos encontramos con otra canción más, que al escucharla elevan nuestras emociones y nos dan algún sentido, que quizá descubramos o simplemente la disfrutemos sin más.
Lo cierto es que me topé con ella escuchando la radio y lo que hice fue aislar esa frase y ponerme a reflexionar en algunos parámetros, razón por la cual salió esta nota.
Ahora bien, las emociones juegan un papel preponderante en nuestras vidas, están plasmadas en cada letra de las canciones y también de esta nota, pero también la razón viene allí, y quizá no tan atrás demorada, quizá lo que haces que te demores en todo son las emociones, ¿quién podría tener la verdad sobre este tema? ¿Quién tiene razón? De hecho, existe una caterva de libros sobre este clásico, que intentan de algún modo posicionar el resultado final a favor o en contra de una de ellas.
No obstante, el partido viene bastante parejo, pero alguien tiene que ganar. ¿Aunque vayan a penales? No soy muy amante del futbol, pero seguramente quien está en la jerga, utilizará la razón para dirimir una respuesta, que al final le hará tener una emoción y luego un sentimiento.
El tema que aquí compete es el siguiente; En base a la percepción que tenemos como individuos y como sociedad de lo que interpretamos del significado de cada palabra.
Sin embargo, no podemos dudar de que estas dos palabras -razón y emoción se han convertido en las protagonistas de nuestras vidas, ligadas a sus pares más allegados de la familia de conceptos como lo son la felicidad, el amor, la autoestima, entre otros. Se han ganado un privilegiado lugar en los “debates más entretenidos”, si se quiere, de las últimas décadas.
No obstante, ¿Quién es quién en esta cuestión? Para muchos autores primero pensamos y después sentimos, e incluso existimos, como es el caso del filósofo Rene Decar. También de este lado del mapa, en Argentina, tenemos un médico que alega que somos seres emocionales que razonamos. Hay de todo y para todos, como ya percibió el lector, yo también tengo “mis razones” que acompañan a esta nota y felizmente me emociono por ello.
No obstante, cuando quiero poner a prueba algunas cuestiones que conciernen a este hecho, no encuentro una razón que me lo explique en detalle o máxime, que me lo justifique.
¿De qué hablo? De un simple ejercicio que le invito a usted mi querido lector/ra, que practique en este momento, y si después quiere usarlo como argumento, siéntase libre, pues se trata simplemente de hallar la parte lúdica del tema, más que ganar en el juego, después de todo no es la final del mundial, no se escandalice. Veamos
Son parte de la ecuación de nuestras vidas, pero no son la ecuación completa
Si yo le pidiera que se ponga furioso, ahora, ya. ¿podría hacerlo? Claro que no, pero… ¿Por qué no? Asumiendo que ya llego a una conclusión rápida a través de su razón, es simplemente porque nadie puede enfurecerse de la nada misma. Alguien más debe darle un motivo, un estímulo, para que usted lo haga, para que se enfade y si así resultase, y se pusiera furioso/a, por más irascible que sea, en algún momento su capacidad de pensar le pondría freno a la situación para no agravarla más.
Bien, sé que estas algo ansioso por lo que viene, quieres razonar con alguien más lo que leas en la nota a continuación, sin embargo, a medida que vayas asimilando, asociando y acomodando la información en tu asombroso procesador mental, vas a emocionarte y está bien que así sea, sin más.
A muchas personas les enseñan a reprimir sus emociones por varias razones personales, sociales o culturales, en particular las emociones negativas. Tristemente, negar las propias emociones negativas es negar muchos de los mecanismos de retroalimentación que le ayudan a una persona a resolver problemas. Como resultado, muchos de estos individuos reprimidos sufren al lidiar con sus problemas a lo largo de sus vidas. Y si no pueden resolver problemas, entonces no son capaces de ser felices. Recuerda, el dolor tiene un propósito. Luego están aquellos que, se sobreidentifican con sus emociones. Todo está justificado sólo porque lo sintieron. “Uy, rompí tu parabrisas, pero estaba verdaderamente enojado, no lo pude evitar”, o “Dejé la escuela y me mudé a Alaska porque sentí que era lo correcto”. La toma de decisiones basada en la intuición emocional, sin la ayuda de la razón para mantenerla a raya, generalmente es un asco. ¿Sabes quiénes basan sus vidas enteras en las emociones? Los niños de tres años. Y los perros. ¿Sabes también qué hacen los niños de tres años y los perros? Se hacen popó en la alfombra. La obsesión y el sobreinvertir en la emoción nos fallan por la simple razón de que nuestras emociones nunca duran. Lo que sea que nos hace felices hoy, no nos hará felices mañana, porqué nuestra biología siempre necesita algo más. Una fijación en la felicidad deriva de manera inevitable en una búsqueda de “algo más”: una casa nueva, una nueva relación, otro hijo, un aumento de sueldo. Y a pesar de nuestro sudor y esfuerzo, terminamos sintiéndonos extrañamente igual a como empezamos: insuficientes. Con frecuencia los psicólogos se refieren a este concepto como la “caminadora hedónica”: la idea de que siempre estamos trabajando arduamente para cambiar nuestra situación de vida, pero en realidad nunca nos sentimos diferentes. si te sientes mal es porque tu cerebro te dice que hay un problema que no has hecho consciente o no has resuelto. En otras palabras, las emociones negativas son un llamado a la acción. Cuando las percibes, es porque deberías hacer algo. Las emociones positivas, por el otro lado, son recompensas por haber realizado la acción apropiada. Cuando las experimentas, la vida parece sencilla y no hay nada más que hacer, que disfrutarlas. Entonces, como todo lo demás, las emociones positivas se diluyen, porque inevitablemente surgen más problemas.
Las emociones son parte de la ecuación de nuestras vidas, pero no son la ecuación completa.
Al igual que los recuerdos, nos informan, no nos determinan, las emociones no son mandamientos, si complejas, pero podemos trascenderlas.
Sólo porque algo se siente bien no significa que sea bueno. Sólo porque algo se siente mal no significa que sea malo. Las emociones son simples señalizaciones, sugerencias que nuestra neurobiología nos proporciona; no son mandamientos. Por ese motivo no siempre deberíamos confiar en nuestras emociones. De hecho, creo que deberíamos crear el hábito de cuestionarlas.
Las emociones están sobrevaloradas, ellas “evolucionaron” para un propósito específico: ayudarnos a vivir y reproducirnos un poquito mejor. Eso es todo. Son mecanismos de retroalimentación que nos dicen si algo es probablemente bueno o malo para nosotros. Ni más ni menos. Así como el dolor que nos produce tocar una estufa caliente nos enseña a no volver a hacerlo, la tristeza de estar solo te enseña a no repetir las mismas conductas que te hicieron sentir esa soledad. Las emociones son simplemente señales biológicas diseñadas para mostrarte la dirección hacia el cambio benéfico. Ahora bien, ¿es bueno querer tener siempre la razón? Seguramente si eres de este planeta, alguna vez te ha pasado como a mí, en una discusión, querrías asesinar a alguien con argumentos.
El hecho es que las personas que basan su valor personal en tener siempre la razón, no se permiten aprender de sus errores. ¿Porque? No te pierdas la próxima nota. Viene con algunos tips para reflexionar sobre esta temática tan importante en; La Razón que te demora, segunda parte.