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El hombre que consigue liberarse de la ira, habrá alcanzado uno de los mayores logros en su vida.
De todas las pasiones humanas, la ira es la que está siempre disponible; no es preciso cumplir ningún requisito previo para obtenerla.
Hasta la envidia y la avaricia requiere una cierta preparación: se debes conocer algo del otro para poder envidiarlo. Así también, se debe tener alguna posesión para ser avaro.
Con la ira no ocurre eso; una persona puede enojarse con alguien sin saber nada sobre él, sin conocerlo siquiera.
Unos minutos antes de un estallido de ira, es posible no haber estado enojado en absoluto; la ira acomete en cualquier lugar, a cualquier hora, y en cualquier circunstancia.
El primer paso para desapegarse de la ira es convencerse de que ésta, es una emoción, inútil a todos los fines
Esta emoción está siempre allí, esperando ser convocada.
Desde el momento en que el hombre decide dar rienda suelta al enojo, toda su biología lo acompañará.
Es cerebro, que no conoce de valores, que no discrimina entre el bien y el mal, dará las órdenes precisas para volcar en la sangre todas las sustancias químicas que necesita para tener un magnífico ataque de ira.
Con esta actitud, la persona llegará hasta el agotamiento, la inconciencia o la locura.