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De aquí en adelante, el trabajador se verá completamente indefenso ante el patrón de turno, en estricta aplicación de las recetas neoliberales. Por mucho que se intente disimular, esta es la cruda realidad, en abierta contradicción con el espíritu y la letra de la Constitución que nos dimos en 1978 . Vivíamos –o creíamos vivir– y así lo enseñábamos a nuestros hijos en un "Estado social y democrático de Derecho" (Artículo 1º), y ya no hay tal. Esto es gravísimo, porque afecta a la legitimidad del sistema, y desde luego porque no se puede explicar en las escuelas so pena de dar asco. Asistimos a una nueva victoria de la revolución de los muy ricos , que viene crecidísima y que, no conforme con las posiciones conquistadas, ni siquiera se toma la molestia de esconder que la escalada está lejos de haber terminado. ¡Pobre España, pobre Europa y pobre Humanidad!
En lugar de un "Estado social", término entrañable para todos (también para los franquistas reciclados o no), tenemos un Estado antisocial; en lugar de un Estado democrático, tenemos un Estado controlado por unas camarillas oligárquicas integradas por personajes de peor catadura moral que los señores feudales de antaño. A la angustia económica, ya instalada en nuestra sociedad, se va a sumar, de aquí a nada, una atroz angustia política, con una crisis de representación que no habrá mago de la mercadotecnia capaz de "vender". Véase lo que le ha pasado al PSOE; ahora le toca al PP, cuyos votantes tampoco son de goma. Y lo irónico del caso, es que no había que ser un adivino para verlo venir. La lógica subyacente se encuentra muy bien descrita en el libro de Naomi Klein, El auge del capitalismo del desastre . Es inútil que tratemos de llamarnos a engaño. Ya no somos espectadores sino víctimas.