¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Nubias escriba una noticia?
Hablemos de la obra de Nietzsche y sus consecuencias filosóficas. Yo podría resumir, torpemente, sus consecuencias de la siguiente forma.
Hablemos de la obra de Nietzsche y sus consecuencias filosóficas. Yo podría resumir, torpemente, sus consecuencias de la siguiente forma.
Hay una vida que deviene en vida, gracias a la voluntad de poder. Eso está bien, es una definición libre, una cosa entre las cosas. Definir qué es esa voluntad de poder. Es el verdadero dilema. Desde ya, Nietzsche mismo no nos deja. Estamos vedados a esa posibilidad, por la sencilla razón, de que el hombre actual tiene una visión deformada de la realidad. Sin embargo esa deformación no anula el devenir de la vida y la voluntad de poder. Ella tiene por así decirlo, su propia inercia, independiente de lo que se piense diga o haga a éste respecto. El principio de causalidad no es negado. A diferencia de Hume, no es en el principio lògico donde radica el problema de nuestra desnaturalización, sino, en que intencionadamente y de forma premeditada la han acotado a la cosa en sí misma. A sabiendas de que éste razonamiento daría una contradicción inevitable y cuya única solución es apelar a Dios. Niestche a lo largo de su obra va cerrando los caminos para que su filosofía no pierda dinámica. Para ello la razón debe ser sacudida. Sólo el estremecimiento puede hacerlo. Dios es un escollo inevitable y decide matarlo, pero al estilo griego. Dios debe recuperar su figura mítica y debe ser aniquilador para los débiles y un escollo inevitable para los fuertes. Apolo era fácil de aceptar para unos u otros. En cambio Dionisios no.
El sentido de ésta acción, para Nietszche es claro, el tiempo, el desarrollo histórico del hombre lo ha transformado en una fatalidad. Somos Ciegos ante una fuerza que transcurre con su propia inercia. Pero ciegos en el sentido de la razón, en la imposibilidad de poder pensar la realidad. Nietszche va a proponer que sólo a través de los valores que establece el hombre guerrero, el vikingo, el que tiene sed de conquista, es el único ser que a través de su acción, de su brutalidad, encarna en sí la inercia de la vida como devenir, no porque la piense, sino porque le da sustancia, le da forma, la encarna, no tiene posibilidad de pensarla... está en consonancia con ella. Esto es ni mas ni menos que vivir lo Dionisíaco.
Ese puente, ese camino suscitado por Nieztche entre el hombre y el superhombre ya está establecido y no hay fuerza suficiente para detenerlo. Y digo fuerza ya no en el sentido físico de la palabra sino en su acepción de conciencia. Es decir, que el hombre es portador, por así decirlo, de un mensaje y no de un simple anhelo. Éste mensaje, ya sea plenamente o parcialmente, es fruto de su historicidad y es entregado paulatinamente mientras el hombre se reproduzca. Ya no se trata de una idealización del mundo o una materialidad o de una sustancia tipo res extensa. Sino por el contrario de un orden que emana desde la propia historicidad y que nos obliga a avanzar hacia el encuentro de la indefinición o definiendo lo indefinido. El hombre en perpetua expansión, como la del universo.