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El ADN que queda en los restos de vegetales, animales, o humanos muertos hace mucho tiempo permite echar un vistazo directo a la historia de la evolución. Hasta ahora, los estudios de este tipo en miembros ancestrales de nuestra especie han sido obstaculizados por la incapacidad de los científicos para distinguir entre el ADN antiguo y la contaminación provocada por ADN humano actual.
Ahora, una investigación realizada por Svante Paabo del Instituto Max-Planck para la Antropología Evolutiva en Leipzig supera este obstáculo y muestra cómo es posible analizar directamente el ADN proveniente de un miembro de nuestra especie que vivió hace alrededor de 30.000 años.
El ADN (el material hereditario contenido en los núcleos y las mitocondrias de todas las células del cuerpo) es una molécula resistente y puede persistir, si las condiciones lo permiten, durante varias decenas de miles de años. El ADN antiguo proporciona a los científicos posibilidades únicas para ver directamente la configuración genética de organismos que murieron hace mucho tiempo. Usando ADN antiguo extraído de huesos, en años recientes ha sido estudiada exitosamente la biología de animales extintos, como los mamuts, así como de humanos antiguos, por ejemplo neandertales.
El método convencional de análisis de ADN antiguo no puede ser aplicado fácilmente a los miembros antiguos de nuestra especie. Esto se debe a que en tal método los fragmentos de ADN antiguo se multiplican mediante sondas moleculares especiales dirigidas a secuencias específicas de ADN. Estas sondas, sin embargo, no pueden distinguir si el ADN que reconocen proviene de la muestra humana antigua o fue introducida mucho más tarde, por ejemplo por los arqueólogos que manipularon los huesos. Por tanto, las conclusiones sobre la configuración genética de los humanos antiguos de nuestra especie estaban llenas de incertidumbre.
Usando restos de humanos que vivieron en Rusia hace aproximadamente 30.000 años, Paabo y sus colegas aprovechan ahora las últimas técnicas de secuenciación de ADN para superar este problema. Estas técnicas, conocidas como "secuenciación de segunda generación", permiten a los investigadores "leer" directamente las moléculas de ADN antiguo, sin necesidad de usar sondas para multiplicar el ADN. Además, pueden leer fragmentos muy cortos de secuencias, los cuales son típicos de los restos de ADN antiguo porque con el tiempo las hebras de ADN tienden a romperse.