Durante el debate sobre el estado de la región, Esperanza Aguirre alcanzó ayer cotas inimaginables de incultura, desfachatez y soberbia, además, de la peor calaña, de la sustentada por la ignorancia. En realidad, a la presidenta siempre le ha pasado: cada vez que alguien le planta cara con una oposición contundente, le hierve la sangre, aflora la ultraderecha que lleva dentro y retroalimenta su propio ego y suelta improperios. La diferencia respecto a ayer, es que normalmente, mienta o no, lo había hecho con más ingenio. Ayer, en cambio, se desarmó y tiró del insulto fácil sin ni siquiera darse cuenta de que no estaba insultando. Debería ampliar su colección de lecturas más allá de las seleccionadas por FAES o el Opus Dei.

¿Acaso llamar 'comunista' a una persona es un insulto? Diría que no, como tampoco lo es, pese a todo lo que no está haciendo el Gobierno de este color, llamar a alguien "pepero"? Lógicamente, a un tipo de izquierdas no le agradará que se lo llamen, pero no podemos decir que sea un insulto. Para la 'lideresa', en cambio, sí lo es y como insulto lo empleó al llamárselo a Gregorio Gordo, el portavoz de IU en la Asamblea de Madrid. Y todo, porque Gordo describió una realidad con claridad cristalina, al asegurar que, a su juicio, “gracias al Gobierno del PP en Madrid, se ha pasado de la ética de la libertad de elección, es decir, del que quiera excelencia que se la pague, a una inmoralidad más cruel pero más sencilla de entender, la ética del que se jodan y este que se jodan es la legitimación pública de la codicia”. (Hacía referencia Gordo, al famoso "que se jodan" de Fabra).

Ante esto, Aguirre se erige como víctima de lo que ella considera violencia política; las misma que, en su opinión, es la que engrenda en la sociedad comportamientos como el "Esperanza Aguirre, muérete". Se equivoca, esa violencia, esos comportamientos en la sociedad los promueve ella misma con sus recortes en Educación, cuando enfrenta a profesores y padres, cuando impone recortes en hospitales públicos al tiempo que promueve los privados, cuando menosprecia a los agentes sociales, cuando ningunea y criminaliza a los manifestantes pacíficos...

Ella misma, su persona, ha conseguido alumbrar más odio y violencia que cualquier comunista en la Asamblea de Madrid. Y como ejemplo, su 'pacificadora' declaración entorno a la libertad de Bolinaga: "Todo el mundo tiene derecho a morir en casa menos el señor Bolinaga".