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El retorno de los Brujos

22/01/2015 21:30 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

Los antiguos presidentes, los viejos líderes de las formaciones políticas, hacen su aparición ante el pueblo, como si fueran brujos impenetrables, cada cierto tiempo. Poseedores de la verdad absoluta, ante su presencia, la de González, la de Aznar o la de Zapatero, todos callan y asienten

Cada cierto tiempo retornan, abandonan la placidez de su particular Olimpo y se muestran ante la candidez de sus seguidores. Son los brujos de la tribu, los sabios, los sanadores; ante las muchedumbres despliegan sus vistosos atavíos y en un alarde de ilusionismo, con un magnetismo innato y estudiada presencia, nos iluminan de nuevo el camino arropados con seductoras vestiduras, plumajes excelsos, sus cabezas aureoladas por el poder que les fue concedido, ha tiempo ya, y que ellos guardan y amasan con fruición.

Milenaria estirpe de magos aislados en sus tenebrosas moradas, experimentan con extraños conjuros, invocan espíritus terribles mientras elaboran humeantes pócimas. En la sacrosanta oscuridad donde moran, nada les es negado por sus admiradores, prestos siempre a inmolarse para preservar la palabra del oráculo, función que en muchas ocasiones ejercen, como lo que son, atávicos chamanes, hechiceros dotados de poderes sobrenaturales.

Habitan en todos los países, sean dictaduras o democracias, del norte o del sur, con el único fin de iluminarnos el camino, marcarnos la senda, dirigirnos hacia nuestro futuro. Luego, cumplida su misión, una vez adoctrinada la plebe, desaparecen de nuevo, largas ausencias en un expectante letargo, siempre prestos al sacrificio de reconducirnos, en cuanto erremos la vereda.

En España, en nuestra democracia, hemos alumbrado ya a varios de estos brujos. González, Aznar o Zapatero en la cúspide de la pirámide y, en un escalón inferior una serie de hechiceros menores, territoriales, con menor poder de ilusionismo pero tan vehementes o más que sus excelsos líderes; Bono, Cascos, Ibarra, Leguina, Arenas…

No son iguales, aunque su función sea similar; aparecen para reconvenirnos ya sea con la estudiada y presunta sabiduría de González, desde la contundente advertencia, clara y concisa de ese Aznar que todo lo puede, o con la palabrería monótona y espuria, siempre con el término consenso y diálogo en la boca de Zapatero. Los tres, hubo algún otro pero ya murió, acuden siempre al rescate de las palabras Democracia, Libertad, Constitución y, sí, las he puesto con mayúsculas porque conjuradas por tan poderoso chamanes, restallan en nuestros vagos oídos con una propiedad desconocida.

El último en llegar hasta las alturas donde habitan fue Zapatero; luego de un silencio extraño, desconocido entre sus iguales, su presencia comienza a ser notoria, al igual que la de sus predecesores. Predecesores que ya nos advirtieron con anterioridad, y en diversas ocasiones, de los pasos en falso que con frecuencia damos, avisos que nosotros, confuso y olvidadizo pueblo, no atendemos con la celeridad y presteza necesarias. Convocados al aquelarre de las urnas, las doctrinas de estos nigromantes se nos muestran de nuevo. Todos a votar. Dentro del marco constitucional. Sólo lo antiguo es válido, lo inmarcesible, aquello que les fue dado crear y preservar.

La Política los mantiene en los altares, son sus reliquias, ellos se dejan idolatrar, cada vez más fatuos, más creídos de su aparente sapiencia

Dotados de una amplitud de miras inalcanzable para los demás, nos advierten, cada vez más a menudo, del peligro de rotura de los acuerdos, de los pactos llevados a cabo durante la Transición y defienden sin pudor leyes y normas que, o bien denostaron en su momento o, en otras ocasiones se abstuvieron de votar. Amancebados con sus antiguas tesis doctrinarias, les repele cualquier modificación y la elaboración de teorías más actuales, en las cuales se ponga en duda la autoría de ciertos hechos, la bondad de otros o la crítica a sus pasadas actuaciones.

Su palabra, no por repetida, se oye con delectación y arrobo, los medios de comunicación les reclaman, les adulan, les otorgan parabienes y les reverencian. Ellos, los brujos, a lo de siempre, a pontificar, de todo saben, de todo opinan y siempre desde la inmovilidad de su perniciosa magia. Sus seguidores de antes, aunque aupados sobre ellos en la actualidad en los organigramas institucionales, sean de partido o de gobierno, les miran de reojo, atentos a intuir en sus miradas, en sus frases, la aprobación o el oprobio de un mal gesto, la negación de la palabra ansiada.

Luego, urdido el conjuro, bebidas de nuevo las viejas y amargas pócimas por sus acólitos, se replegarán sobre sí mismos, se ocultarán hasta la próxima ocasión, con el colorido plumaje recogido, mas siempre dispuestos a la menor ocasión, a exhibir su turbadora visión ante la presencia de sus celebrantes.

Pero en sus ausencias, a veces prolongadas, no nos quedaremos sin guías, ni estaremos expuestos a los elementos. No, harán entonces su aparición los agoreros del segundo escalón, la mirada turbia, el gesto conminatorio, la voz tonante; defenderán las tesis doctrinales de sus mayores, mientras intentan introducir las suyas, similares a las anteriores, pero trufadas de improperios, falacias, egoísmos e incongruentes desbarros. Pero, a diferencia de los grandes aurúspices, éstos no se recogen en sus residencias, al contrario, permanecen siempre atentos, dispuestos a la dialéctica más combativa, con tal de no ser olvidados. Sólo si los grandes magos hacen una nueva aparición, darán un paso atrás y desde la penumbra gesticularán en favor de su líder.

En cualquier caso, unos y otros no conciben la vida, el mundo, sin ellos y por tal motivo reaparecen, se inmiscuyen en los debates de sus formaciones, avalan candidatos en detrimento de otros y cuando no consiguen sus propósitos, se enfurruñan y emprenden esotéricos viajes en busca de su verdad hasta que sus acólitos, acuciados por el hambre de votos, les reclamen desde los cenáculos de sus particulares monasterios.

La Política los mantiene en los altares, son sus reliquias, ellos se dejan idolatrar, cada vez más fatuos, más creídos de su aparente sapiencia. Una parte de la ciudadanía les adora, aplaude sus malabarismos, sus ocultaciones, sin exigirles nada a cambio, porque ellos son los Magos, etéreas fantasías, creadas desde la ignorancia, el miedo y la opresión; marionetas de ese lado oscuro, ignoto y muñidor que maneja sus hilos.

En España, en nuestra democracia, hemos alumbrado ya a varios de estos brujos. González, Aznar o Zapatero

Finales de enero de 2015.


Sobre esta noticia

Autor:
Ignacio Terrós (17 noticias)
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Tipo:
Opinión
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