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Un relato para mirarnos
Él ama los pájaros, ama su vuelo, su canto, sus colores, su libertad.
Los ama profundamente y puede sentir cómo son parte de él. Pero le falta aprender, y aún le gusta tenerlos en jaulas.
Ya ha superado los viejos tiempos en que las jaulas eran pequeñas y limitaban al pájaro. Ya se dio cuenta que sus trinos se opacan como sus colores si no puede mostrar su libertad.
Ahora ha entendido y su jaula es grande y bella.
Trata a sus pájaros con amor y trata de que no les falte nada de lo que necesitan.
A veces los pájaros estamos cansados y queremos que se hagan cargo un poco de nosotros. En esos momentos siempre hay un “él” dispuesto a invitarnos a pasar a descansar.
Nos dirá que entremos, que cuando queramos irnos podremos hacerlo, que sólo es para descansar, que no tenemos por qué ser tan autosuficientes, que ser libre a veces tiene un costo muy alto… Y nosotros accedemos y nosotros permitimos que nos cuiden y nos alimenten y devolvemos tanta atención con bellos vuelos dentro de los límites y con cantos cuando “él” lo desea.
Al principio no desearemos salir, al principio disfrutaremos del descanso de sentirnos atendidos y “amados”. Mas, cuando un día, repuestos de tantas batallas queramos volver a volar, veremos que la jaula es grande pero que es una jaula.
Lo que parecían mimos se ha transformado en la soga que nos amarra.
Escuchamos que nos decían:
No te esfuerces en buscar tu alimento, yo te lo traeré, tú sólo debes cantar y ser bello para mí cuando regreso de mis batallas. Tú serás mi consuelo y mi alimento que me restaurará de tanta fealdad del mundo. Yo te protegeré de sus calamidades y te daré lo que necesites. Tú sólo debes existir para mí.
Y los pájaros a veces estamos cansados de tanta migración y nos seduce una historia tan tentadora y permitimos que suceda y eso es bello, muy bello.
Pero en ese tiempo de descanso, algo hace que olvidemos como conseguir nuestro alimento. Algo hace que ese mundo que nos anidaba en libertad se transforme en un enemigo acechante al que ya no sabemos enfrentar.
El infinito era mi cuna, la existencia inconmensurable me protegía y me acunaba, me olvidé de eso,
Los argumentos de luchas y batallas, de peligros y magos negros han calado hondo en nuestro corazón de pájaro y el miedo se ha sentado para ser nuestro grillete.
Aunque abriera la puerta no nos animaríamos a salir.
Poco a poco y a pesar de estar convencida que esta jaula es bella, grande y que no hay de que quejarme, he ido perdiendo color, mis trinos se han ido entristeciendo y “él” ya no está tan contento con mi presencia.
Al principio hubo mucho enojo y reclamos. Él me cuidaba, me protegía, me alimentaba y yo iba perdiendo color y alegría.
Luego pudo ver que aunque yo pusiera mucha voluntad, igual se me escapaba el color y el canto, entonces descubrió una nueva manera de incentivarme.
Abrió la puerta y sabiendo que ya tenía suficiente miedo como para que no quisiera ir muy lejos y que había olvidado mis capacidades de autoabastecerme, me dejó que volara libremente.
Mi vuelo es corto, salgo un poquito y vuelvo solita a mi jaula. He ido perdiendo en parte el miedo, pero regreso siempre, siempre regreso.
He recuperado color y canto y “él” cree que ahora está todo mejor.
Mas yo sé que no es así, yo sé que mi jaula es el infinito y sé que de a poco iré dejando de lado todo este miedo acumulado.
El infinito era mi cuna, la existencia inconmensurable me protegía y me acunaba, me olvidé de eso, pero en el fondo tembloroso de mi fragilidad de pájaro puedo sentirlo y un día con un gran vuelo y un bello canto, agradeceré tanto cuidado y esfuerzo y partiré hacia el infinito.
Y “él” aprenderá a ver más lejos y a disfrutar de mis vuelos y cantos en el vasto cielo, comprenderá que no necesita jaulas para disfrutar de mi existencia y si no aprende, pues yo volaré y cantaré para la existencia y “él” redecorará su jaula y convencerá a otro pájaro que es hora de descansar.
No está lejos el momento de regreso.
Puedo sentir la fiesta que prepara la existencia para darme la bienvenida.