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¿Sí? ¿Sí, se me oye?
Bien.
Todos los que nos medioganamos la vida opinando somos, en mayor o menor medida, propagandistas. Lo que marca la diferencia es si uno propaga su verdad o la verdad de otro.
La censura nos acompaña a diario. Está en las noticias que quedan fuera de agenda por problemas de espacio, en las declaraciones entrecortadas, en las listas de productos imprescindibles (musthave) y en la muy seleccionada selección de titulares para portada. Me apropio de la verdad de Vázquez Montalbán recién resucitada por Enric González: "estamos rodeados".
Nuestra actual censura, salvo en los casos más torpes, ya nunca se presenta en forma de tijera o manchurrón de tinta. La censura es hoy fundamentalmente reflexiva. Autocensura la llaman. No querer decir, querer obviar y omitir, en beneficio de la sacrosanta corrección política. No pienses mal y las puertas del gran público se te abrirán de par en par. No ironices y tendrás tu videoclip, novela o película en la home de nuestro periódico. No disientas y te amaremos como sólo nuestra Empresa/Administración sabe hacerlo.
La corrección política denota la adscripción a la ortodoxia cultural y política. Y la heterodoxia, hoy como siempre, es castigada. No he vivido un tiempo en que la corrección política no fuese la única forma de pensamiento aceptable. No recuerdo una corrección no impuesta. Nunca he visto una disidencia que no fuera proscrita.
Los adalides de la corrección política repiten: "la libertad de expresión debe tener unos límites". Y, por supuesto, ellos saben dónde ponerlos. No tú. No yo. Sólo ellos. Los antiguos vigilantes de la moral pública son ahora los cuidadores de la línea, quienes la trazan y custodian.
A base de acatar este mantra filofascista, hemos conseguido, entre todos, que la corrección política se convierta en la nueva censura. Una censura dulce y suave, una censura normalizada y normalizadora. Una censura inquebrantable para los hombres y mujeres de docta conducta. La nueva religión, con sus fieles y sus herejes.
Me decía Javier Krahe hace unos días que no verás a nadie malmetiendo contra El Corte Inglés en televisión, y ciertamente no lo verás. Eso nos llevó a hablar de Leo Bassi, que fue invitado a abandonar Crónicas Marcianas cuando anunció que iba a destrozar a mazazos un Citroën Xsara Picasso "para que fuese un poco más cubista". Bassi pretendía mostrar su desacuerdo con la apropiación del apellido del pintor por parte de la marca de coches. Pero no hay ironía en el mundo de los negocios. Donde manda corbata no manda camiseta.
La censura hoy es dulce y suave. Como una palabra bonita en un anuncio de televisión. Como el qué dirán de los socios y los inversores. La censura nos informa y nos opina. Y nos tiene rodeados.