¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Charlypol escriba una noticia?
Amparados por la inimputabilidad de la edad, y abandonados a la suerte de ser abusados por delincuentes mayores y condenados a una vida miserable y sin futuro
Si le preguntáramos a esos niños delincuentes que piensan para su porvenir, ellos no tienen una respuesta definida. Quizás una imagen, algún chorro mayor al cual admiran o algún sobrenombre como el Chechu, el Pola o cualquier otro.
Lamentablemente muchos de esos sobrenombres representan a algún delincuente muerto por la policía o por manos de algún civil que se resistió a un asalto o peor aún, asesinado por otro delincuente o, algún ajuste de cuenta entre delincuentes o poliladron.
El delincuente una vez que ingresa a ese ambiente delictivo, entra a un callejón sin salida, no tiene un futuro, siquiera se lo puede imaginar. Solo imágenes de muerte o cárceles deambulan por su mente. Nadie le puede inculcar un trabajo, un estudio, carrera o profesión. Solo transita por ese hilo delgado de la delincuencia donde nada es verdaderamente real, hasta que caiga abatido, o encarcelado y sea tan fuerte la realidad que no la pueda asimilar.
Solo le queda refugiarse en ese mundo delictivo duro e inhumano que como una droga penetra por sus venas y lo arrastra a la muerte, pero mientras tanto lo inhibe proporcionándole un estado maquiavélico de éxtasis y locura.
Un juez se sienta a escribir la doctrina del abolicionismo, él cree que abandonar al delincuente a su suerte es la mejor ayuda que tiene para darle, culpar a la sociedad común de la desdicha de tal desgracia alivia al estado de sus culpas. Sin embargo el transgresor no haya en esos raros conceptos la respuesta a su desdicha. Nada hará que salga del callejón que lo lleva a su propia ruina.
El juez en sus escritos intenta pintarlo bueno, pero los hechos del convicto lo desmiente. Él no necesita una ley que lo abandone, pide a gritos un freno que lo convierta en otra cosa. Nadie nace delincuente, seguramente se convierta en ello en los pasillos de su barrio, donde muchos ya abandonados desde hace tiempo lo conducen lentamente a su macabro destino. Si él hubiese decidido su suerte seguramente el mismo se hubiera encadenado.
Que desdichada fue su vida, nacer en un corredor donde nadie pudo tomarlo de la mano y conducirlo a otro destino, solo una ley que a nadie sirve, la cual trata de pintar con colores de ternura la triste desgracia de tantos difuntos por las balas que la calle se encargo desde tiempo en detonar.
Quizás una buena cárcel, pero ¿Donde existe ese lugar que pudiera ser el paraíso del delincuente? Todas están colmadas de desgracia, de vandalismos y muertes. Se respira un aire tan denso que una ley no pudo disipar. Y un corredor que produce delincuencia, porque cada niño que nace en su desgracia siente la inútil mano del estado aferrada al puño de una letra que no alcanzó para acabar con tanto mal.
Carlos Polleé