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La ética lo es todo; en la vida, como en los negocios. Si está de acuerdo con la frase anterior, o si duda de su veracidad, pero desea seguir leyendo a ver por dónde van los derroteros de esta 'opinión', sea bienvenido. Le invito incluso a dejar la suya en los comentarios de ahí abajo...
Déjenme que les traiga hoy a colación a Gilbert Allen Meche, más conocido entre los estadounidenses –y entre la inmensa comunidad hispana que sigue el mundo del béisbol en toda Centroamérica–por Gil Meche. Ustedes se preguntarán, y no sin razón, ¿por qué habría de sonarles este ex 'pitcher' (lanzador) diestro, que hasta hace un año jugaba en la Major League Baseball, y a quien diversos problemas de espalda obligaron a retirarse la pasada temporada, con apenas 32 años de edad.
Su contrato con los Kansas City Royals, como el de toda "estrella" estadounidense de los cuatro grandes deportes de equipo que es escogida en primera ronda del 'draft' (lista de refuerzos universitarios para la temporada siguiente), era multimillonario. Pero el bueno de Gil decidió rescindirlo voluntariamente, y devolver los 12 millones de dólares (unos 9 millones de euros, al cambio) pendientes aún de cobrar, y a los que tenía derecho estuviese en su mansión, tumbado en una hamaca frente a la piscina, o jugase tres partidos semanales como el resto de sus compañeros. Inlcuso, si no daba una a derechas y sus bolas eran todas bateadas sin excepción... "En cuanto empecé a darme cuenta de que no me ganaba el dinero, comencé a sentirme mal Estaba cobrando una cantidad enorme de dinero... y ni siquiera lanzaba; así que honestamente no creía que lo mereciese", comentó cuando tuvo que empezar a conceder entrevistas para explicar lo curioso de su proceder. De hecho, describía su ético comportamiento de devolver aquello que no se estaba ganando, "no como una heroicidad, sino como una vuelta, un regreso al punto de mi vida donde me sentía bien, cómodo conmigo mismo. Cobrar esa cantidad de dinero de un equipo que ya me había dado más de 40 millones de dólares, no era sencillamente correcto". Ahí queda eso.
Seguro que una conducta tan digna no ha pasado desapercibida en ningún país del mundo. Pero ¿qué quieren que les diga?, en España, donde tenemos directivos de entidades financieras que dedican sus últimos esfuerzos laborales a "blindar" sus culos con bonos multimillonarios, después de haber contribuido a hundir los bancos y cajas de ahorro en los que decir que trabajaban es un verdadero chiste; aquí, una decisión así de ética nos deja ese buen sabor de boca de pensar que por lo menos sigue existiendo buena gente, aunque tengan otro escudo en su pasaporte.
Incluso en nuestro sector, en la franquicia española, hay quien cobra a cada nuevo miembro de su red un canon de entrada y un royalty periódico, a cambio de... ¿nada en absoluto? Ni saber hacer específico, ni fórmula de éxito contrastado, ni apoyo en la puesta en marcha de su negocio, ni 'plan B' cuando las cosas van –como sucede ahora– rematadamente mal. Vamos a aceptar pulpo como animal de compañía, y a ser buenos pensando que toda nueva incorporación a una red genera una serie de gastos que el franquiciador ha de ver compensados. Vale. Un canon de entrada paga además trabajar bajo una marca, si se tiene, en la que el consumidor ya confía. Vale. Pero, ¿qué hay del 'royalty' de explotación? Con qué autoridad moral giran algunos el recibo a fin de mes a cada franquiciado, si durante los 29 días anteriores no han hecho nada por ellos y por sus negocios? Y aquí no vale tirar de saber hacer y todas esas monsergas: un negocio se hace día a día y se nutre de los mil y un pequeños detalles del trato con los clientes, con los proveedores y aún con las autoridades o los competidores. ¿No sigo a mi gente? ¿No me preocupo de indicarles cómo podrían ir mejor? De hecho, ¿me importa un pimiento si cierran o no, porque así puedo cobrar otra vez el canon de entrada a otro incauto por esa zona de exclusividad? No me merezco que me paguen, y tarde o temprano dejarán de hacerlo. O si me queda un ápice de vergüenza torera me plantearé ‘congelarlo’ hasta que cumpla con mi parte. Porque no se nos debe olvidar que si la franquicia es una fórmula exitosa de colaboración comercial es precisamente por eso, por la colaboración: yo pongo una forma de trabajar, que me funciona ‘de miedo’ en mis otras tropecientas tiendas, y tú el conocimiento de tu mercado local y tu esfuerzo diario. Y estaré aquí para lo que me necesites, que para eso me pagas todos los meses una parte de tu facturación.
Tenemos en JJ ComunicAcción un cliente, un franquiciador, que se plantea este hecho: si al cabo de un tiempo alguno de sus franquicias no está satisfecho con su pertenencia a la red, devolverle una parte razonable de lo que puso para entrar, liquidarle su aportación al negocio, y aquí paz y después gloria. Voy a contarle lo de Meche, que seguro que le hace ilusión saber que no está solo…