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"Esto es como casarse en el paraíso", me dicen al unísono los novios, una joven pareja de canadienses vestidos para la ocasión. Acaban de contraer matrimonio en medio de la arena en Cayo Santa María, una bellísima isla del archipiélago cubano
El pasado año se casaron más de 500 parejas de extranjeros en sus playas. Cuando en La Habana me hablaron de esto me costó creerlo, así que decidí comprobarlo con mis propios ojos, lo que no significó ningún sacrificio.
En el hotel me cuentan que hay una verdadera fiebre nupcial, creen que este año la cifra de matrimonios será aun mayor porque en ocasiones han tenido que derivar las parejas hacia otros hoteles por falta de tiempo o espacio.
Pero Cayo Santa María me reservaba otras sorpresas y la más importante fue la cantidad de cubanos que encontré allí. Me dice el director del hotel, que durante este verano hubo días con más huéspedes nacionales que extranjeros.
Distinguirlos no es difícil y no me refiero únicamente a lo físico. Son las parejas que se besan con pasión en las piscinas, los que ríen a carcajadas en los restaurantes, los que mejor bailan salsa y la principal fuente de bullicio.
Había cubanos residentes en Cuba y emigrados, pero tampoco fue complicado identificarlos. Me bastó con mirar el grosor de las cadenas de oro. Todos las llevan pero los que vienen de Miami las traen de un tamaño descomunal.
Es verdad que el hotel ya no goza de la calma y el silencio que se vivía cuando estaba prohibida la entrada de los nacionales, pero en cambio los turistas de otras latitudes tienen ahora la posibilidad de relacionarse con la población del país.
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