¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Octavio Cuervo escriba una noticia?
Padres e hijos se ensañan en una guerra sin cuartel de discusiones, con el pretexto de que el uno no escucha al otro, siendo los padres la parte más notoria en presentar esta queja. Cómo evitar caer en este tortuoso ciclo
“Es que él no me escucha”, está es una frase bidireccional entre padres e hijos. Cuando los niños llegan a adolescentes se genera está discusión interminable, un tira y afloje que deja cansados tanto a los padres como a los hijos, producto del cual se da un distanciamiento doloroso que en ocasiones puede tardar muchos años en solucionarse y hasta décadas en sanar. Pero ¿por qué? ¿Qué causa este distanciamiento?
Para entender, debemos ampliar nuestro panorama e irnos hasta el momento en que nace un bebé. El momento tan anhelado al fin llega y un llanto hace que todos rompan en felicidad, hay lágrimas y risas, felicitaciones van y vienen; todos están felices, todos quieren ver al bebé. Cuando llega a casa, todos quieren cargarle, todos aplauden hasta el más mínimo movimiento. La verdad es que son tan tiernos que provoca quedarse todo el día contemplandolos. Este es el ambiente con el que se crían durante los primeros dos años, ellos tan solo gimen o hacen el intento de llorar y ya hay alguien queriendo entender lo que quieren para satisfacer sus deseos.
Luego vienen lo que los expertos llaman “los terribles dos”. A partir de los primeros dos años de vida, empieza un periodo en el que hay una especie de negociación entre los padres y los hijos, pues los padres desean que sus hijos vayan aprendiendo a cumplir con algunas normas y estos pequeños sienten ganas de ser independientes para muchas cosas. Aquí se ve necesaria una buena comunicación entre ambos, pues quizá el bebé no sepa aún expresar con palabras lo que quiere y esto lleve a que sienta frustración y lo demuestre con berrinches, y los padres deben haber aprendido a conocer a sus hijos durante estos dos años, tanto como para saber cuando ser estrictos y cuando aflojar un poco, de lo contrario todo derivará en rabietas, sentimientos descontrolados y frustración de ambas partes.
“Es que él no me escucha” Aquí se ve necesaria una buena comunicación entre ambos. Si tu no estás en su lista de confiables, cerrarán sus oídos para tí. Buenos canales de comunicación
Una vez superada esta etapa el niño verá en sus padres a unos héroes a los cuales querrá imitar todo el tiempo, por lo que toda respuesta a toda gran pregunta es aceptada como verdad, si el pequeño pregunta “¿Por qué el cielo es azul?” y el padre responde “porque Diosito que es un gran pintor lo pintó de un color que nos gustara a todos”, el niño queda contento y pasa a la siguiente pregunta ¿Y por qué?; según como el padre responda a la avalancha de preguntas de la etapa del “¿por qué?” los niños se acostumbraran a buscar la respuesta a sus preguntas en ellos o las buscarán en otros, quizá en sus abuelos, sus tíos, sus primos o sus amigos. Que triste es reconocer que es en esta época en la que los padres más suelen decir a sus hijos que no tienen tiempo. Si el hijo dice que quiere jugar, el padre dice “estoy cansado” y si el niño empieza a hacer preguntas lo envían a preguntarle al otro, es decir el papá a la mamá y viceversa. También suele pasar que si el hijo no está hablando de algo que le parezca interesante al padre la respuesta es “tengo sueño”.
A estás alturas el hijo ha definido en su mente con quien quiere conversar y con quien no, si tu no estás en su lista de confiables, cerrarán sus oídos para ti. Esto es sumamente doloroso en la adolescencia, pues sus necesidades de comunicar sus sentimientos e inquietudes son más grandes y marcadas. Enfrentan crisis de ansiedad y sentimientos de inutilidad, son bipolares -hoy están felices y mañana quieren morir-, están sus amigos que algunas veces pueden ser una gran ayuda y en otros son como una enorme piedra amarrada a su pie mientras se hunden en un mar de emociones y por último su entorno social que para algunos puede ser el mundo que se los traga cada mañana y los escupe cada tarde cuando regresan a casa.
Entonces ¿Por qué los adolescentes dejan de escuchar a sus padres? Porque de niños, ellos no fueron escuchados, porque no se establecieron buenos canales de comunicación. Como padres tenemos el deber de mantener las líneas de comunicación abiertas, debemos prestar verdadera atención a lo que nos dicen y no solo a lo que dicen, sino también a como lo dicen. Si desde niños los escuchamos y le damos valor a lo que para ellos es importante, y no dejamos de hacerlo ni por solo un momento, tendremos su atención y más que esta, tendremos su amor, su confianza y su respeto.