Las mejores experiencias de la niñez suceden casi sin planificación, aunque ciertamente también acontecen otras no tan buenas. Normalmente se dan en un contexto de seguridad y resguardo, devenido por lo general desde los adultos. Una especie de “paraguas” orientador y protegido, donde la infancia, sin más y sin menos, sucede. Sin embargo, ciertamente se dan situaciones fuera del radar, lejos de la supervisión o seguimiento, incluso bajo la atenta vigilancia del adulto responsable. ¿Cuánto ocurre esencialmente en estas situaciones extraordinarias?

En tiempos de interpelación hacia las leyes naturales a todo nivel, ¿estamos tan seguros de que cuando partimos, todo desaparece con nosotros? ¿Podemos afirmar que todo aquello no material, sensaciones, alegría, dolor, vivencias y recuerdos emotivos, cargados positiva o negativamente, se extinguen junto a nuestra existencia física? Podría ser que sí. O tal vez que no.

Si pudiésemos considerar que aquello (lo no material) existe mientras la vivencia ocurre, algo también podría quedar de nuestras experiencias, o mejor, trascender

Imagínense nuestra cara, cuando nos preguntaron si queríamos conocer esa experiencia de Cucho.

Lo que sigue es un intento de explicación de algo que tal vez no sea. O tal vez sí.