¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Fran Laviada escriba una noticia?
Una sección del Profesor
(No apta para menores de edad ni mentalidades mojigatas)
El día que la conocí me quedé impactado. Pero el día, que me armé de valor, y por fin fui capaz de dar un paso más (o el único, hasta ese momento), y la invité a cenar, me puse tan nervioso cuando me dijo que sí (y una hora más tarde ya estamos en el restaurante), que en ese mismo instante, se me pegó al vientre una sensación tan extraña, que tuve que ir rápidamente al baño, aunque una vez allí, no sabía muy bien, si lo que necesitaba era vomitar o evacuar residuos digestivos sólidos, por vía anal. Afortunadamente, el "susto", pasó rápido, aunque la fase de alteración, no había finalizado, pues comencé a sentir que mi pene se llenaba de sangre, como si fuese Lázaro resucitado, y amenazaba con taladrar mi calzoncillo y asomar la cabeza por la bragueta, como un topo que sale de su agujero bajo tierra. Por suerte, todo volvió a su sitio, y pudimos cenar tranquilos, disfrutando de delicioso menú, era lo mínimo, teniendo en cuenta lo que me costó la invitación. Además, de las copas que tomamos después de la cena, que por supuesto, también las pagué yo. Y de follar nada, la cosa quedó para la siguiente cita, aunque eso ya es otra historia.
Al final la factura nocturna se incrementó, ya que después de acompañar a la chica a su casa (solo hasta el portal), como un caballero (gilipollas), acabé, donde en ocasiones solemos ir los tíos cuando estamos "muy calientes", y el alcohol todavía no ha hecho ese efecto devastador en nuestra herramienta, que la vuelve tímida y encogida. Total, que entre el polvo y otra copa (para ir bien cargado para casa), otros cien euros más.
¡Qué cosas más raras me pasan!
¿Les sucederá lo mismo a los demás?