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Se me ocurren más ejemplos de como provocar atentados masivos al alcance de cualquier mente perturbada que no citaré para no dar más pistas. La amenaza es tan real e inevitable que, a nuestro pesar, lo único a lo que podemos aspirar es a que no nos toque cuando ocurra
Charlie Hebdó, Bataclán, Niza, Berlín, Louvre... Europa toda y, destacadamente, Francia, han sido y aún son objetivo prioritario de los radicales islamistas que actúan, en la mayoría de casos, sin ninguna clase de estructura o concienzuda planificación. Son depredadores fanáticos e introvertidos que conviven entre nosotros, pero solo aparentemente, porque hace tiempo que decidieron que su vida era un tránsito hacia otra mejor y que, el acceso a esta, pasaba por desatar cualquier clase de barbarie que se cobrara el mayor número de víctimas infieles posible.
No son lobos solitarios porque precisamente el lobo es el ejemplo mas típico de animal que siempre se mantiene dentro de la manada con la que interactúa permanentemente para todo y, mas aún, para atacar a sus presas. El lobo, que por circunstancias se queda solo, no parará hasta encontrar otra manada en la que integrarse. Para nada es el caso del islamista radical que, lejos de verse solo, se siente arropado y fortalecido por su fé inquebrantable y ciega en la retorcida lectura de los versos del Corán y por la legión de iguales que, adoctrinados por el ISIS, pululan por las redes sociales.
Fusiles, explosivos, machetes, camiones de gran tonelaje lanzados a toda velocidad contra la multitud, etc. y un estremecedor factor común: el desprecio por su propia vida. El fanático yihadista es un radical, demente, obsesivo compulsivo que solo vive en la ideación permanente de venganza hacia el infiel –los cristianos, los ciudadanos de los países que forman parte de la coalición atacante en sus feudos, los parias, mujeres, homosexuales, etc.- y descuenta siempre su propia inmolación al cometer la matanza, si no queda mas remedio, porque es el salvoconducto idóneo y único para traspasar el umbral al otro plano, al paraíso prometido. Es la recompensa que, aunque falsa, le compensa y justifica la barbarie.
Y el caso es que bien poco o nada se puede hacer para prevenir y evitar sus acciones al punto de que los distintos servicios de inteligencia mundiales trabajan permanentemente con el cuando, dónde y como dando por descontado que los atentados ocurrirán. Vigilan las rutas calientes por las que transitan habitualmente, hacen seguimientos, pinchan teléfonos, bucean en la redes sociales y tienen una vasta legión de confidentes e infiltrados que se supone les alertan cuando se producen movimientos o acciones sospechosas. Pero no pueden, no podrán, prevenir nunca todos los atentados porque los modos y objetivos de estos criminales son tan dispares como creativa es la mente humana cuando rumiamos una idea fija durante días, meses o incluso años.
La amenaza es actual, sostenida y recurrente. En uno de mis artículos durante la falsa epidemia por Ébola apunté lo fácil que les sería desatar una contagio masivo en cualquiera de la ciudades de europa. Bastaría con recoger en una botella orina de un infectado, por ejemplo –se contaban por miles en varios estados africanos- guardarla en una maleta, facturarla y volar con ella a la ciudad objetivo. Una vez allí, hubiera bastado con llenar una botella spray y rociar disimuladamente el letal liquido sobre puestos de alimentos de cualquier mercado de la ciudad para desatar un epidemia incontrolada de un alcance inimaginable.
Explosionar cualquier vivienda con bombonas de butano o gas ciudad
Hoy la amenaza es menos plausible porque el brote de Ébola está controlado, si no extinguido, pero no por ello dejan de existir otros modos y maneras de provocar atentados masivos, al alcance de cualquiera.
Sin ir mas lejos, en París no hace mucho se detectó un coche lleno de botellas de butano. El control de las mismas es tan nimio en toda Europa que cualquiera puede hacerse con ellas en la cantidad que quiera. Una vez en su poder bastaría con abrir las mismas en un lugar cerrado –una vivienda, garaje, local, etc- y abandonarlo dejando una vela encendida en el otro extremo para que, en no mucho tiempo, se produzca una explosión que por si sola puede derribar un edificio. Incluso sin necesidad de hacerse con las botellas, al yihadista radical le bastaría con alquilar un piso en un edificio con gas natural o gas ciudad para con el mismo expeditivo método provocar un atentado catastrófico.
Otra forma no menos letal y al alcance de cualquiera es explosionar una gasolinera cargada de combustible. Basta con detenerse a repostar en cualquiera de las miles existentes en los núcleos urbanos con cinta americana y un mechero de gasolina tipo zippo. Al momento de coger la manguera en el surtidor e introducirla en el tanque del vehículo o moto, se sujeta el gatillo de la pistola con la cinta americana, para evitar el cierre de la misma cuando se deja de apretar, permitiendo así la salida ininterrumpida de combustible. A continuación basta con encender el zippo y dejarlo, por ejemplo, encima del surtidor. Será cuestión de escasos minutos que el combustible desborde el tanque del vehículo y se derrame por fuera alcanzando los inflamables gases la llama y provocando una muy importante deflagración. Si además necesita del vehículo para huir, simplemente depositará la manguera soltando combustible sin parar, sobre el suelo, para alcanzar el mismo resultado. Si de una moto se trata encima lo hará con casco de modo que evitará ser grabado por las cámaras de seguridad de la estación de servicio.
Se me ocurren más ejemplos de como provocar atentados masivos al alcance de cualquier mente perturbada que no citaré para no dar más pistas. La amenaza es tan real e inevitable que, a nuestro pesar, lo único a lo que podemos aspirar es a que no nos toque cuando ocurra.
AscoHastaLaNaúsea