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Cada profesional con su herramienta
Todos los profesionales tienen en su profesión una herramienta principal con la que trabajar. La miman y cuidan como su compañera más preciada. Vemos al mecánico con su conjunto de llaves, al dentista con el torno y la espátula, al carpintero con un martillo o con una lija, al entallador con su juego de gubias, al leñador con su hacha, al jugador de baloncesto con su balón, o al corredor con sus zapatillas.
En las aficiones sucede lo mismo: el pescador con su perfecta caña de pescar, al golfista con palos de gold de titanio... Cada persona especializada en una materia cuenta siempre con una herramienta en la que confía.
¿Y cuál es la herramienta del escritor?
Sin embargo, el escritor hace tiempo que dejó de tener un instrumento fetiche que mimar. Hubo un tiempo en que fue la pluma, (a mí me han regalado unas cuantas por aquello de que me dedico a la escritura), después pudo ser la máquina de escribir, pero desde la aparición del ordenador, el escritor ha sido despojado de su instrumento compañero, de un arma de combate representativa de su lucha diaria.
En teoría un escritor puede escribir con cualquier ordenador, pero esto no es del todo cierto. En realidad, lo que sucede es que el escritor, en sus continuos ejercicios de introspección para encontrar al personaje ideal de sus historias, ha dejado de preocuparse por otros aspectos igualmente importantes para la productividad literaria, tales como la pantalla donde escribe y donde posa sus ojos tantas horas, o el teclado con el que produce sus textos masivamente.
A esto hay que añadir que un escritor por lo general no tiene dominio pleno de la tecnología, por lo que es muy habitual que los que nos dedicamos a esta profesión no tengamos ni siquiera la idea de que nuestra productividad puede mejorar notablemente con el cambio de algunos elementos y de que se hace necesaria una inversión de dinero en ello, llegado su momento. Sobre todo, porque a la larga esos cambios pueden suponer una prevención en cuestiones de salud para los ojos y las manos, las partes del cuerpo que más utilizamos los escritores, aparte del cerebro, claro está.
La pantalla, el único horizonte del escritor
Desde la desaparición del papel en la edición de textos (aunque aún quedan algunos amantes de las máquinas de escribir), la pantalla del ordenador se ha convertido en el oráculo al que miramos durante innumerables horas. Se ha convertido en el único horizonte en el que fijamos la vista cuando escribimos. En esa pantalla vemos cómo nuestros textos se van formando en tiempo real, mientras lo imaginamos en nuestra cabeza.
Nuestros ojos de escritor se pasan la vida persiguiendo el cursor de la pantalla.
Nuestros ojos de escritor se pasan la vida persiguiendo el cursor de la pantalla.
Sin un punto al que mirar, donde se reflejen los textos, la vida del escritor sería perniciosa. Prueba de ello es que pocos hemos podido teclear a ciegas un texto y concentrarnos al mismo tiempo en nuestra historia. Nuestros ojos retroceden constantemente sobre el texto para retomar la historia en pequeños hitos. En nuestra mente se va repitiendo una y otra vez el hilo argumental, sólo que con alguna palabra o frase de más en cada ocasión. Vamos avanzando poco a poco, barriendo nuestro texto hacia adelante, hacia el vacío de la pantalla que nos espera más abajo. Es un ejercicio parecido a cuando barremos la casa y después de verter la suciedad en el recogedor se queda una línea de polvo en el suelo que volvemos a barrer hacia la pala y vuelve a dejar su rastro. Cada vez más pequeña, cada vez más insignificante, pero siempre queda algo por barrer. Con la escritura sucede lo mismo.La entrada El arma fetiche de un escritor: el teclado aparece primero en Blog de Isaac.